SANTAYANA, ETERNIDAD


 

Sin experiencia no hay eternidad, sólo una memoria de diez segundos, sin pasado, y el presente sólo durará otros diez segundos.

Lucy Whitmore sufre un accidente y pierde la memoria a corto plazo, en la película norteamericana  Como si fuera la primera vez.

Vive ese día pero al día siguiente no recuerda del día anterior y debe empezar de nuevo. Henry Roth, biólogo marino, es el  muchacho que la pretende. Informado por la familia del accidente, debe hacerse la idea que cada día necesita conquistarla.

Ella, cuya memoria carece de pasado inmediato, ve siempre aparecer a ese muchacho que quiere conquistarla. Al día siguiente el cuadro de seducción debe empezar otra vez por parte de él. La dueña del restaurante, que es el lugar donde la pareja se conoce, le dice a Henry, refiriéndose a Lucy: “Cada noche, cuando duerme, se le borra la pizarra”.

El golpe en la cabeza le dejó el síndrome de Goldfield, les dice el especialista. La muchacha y toda la familia y Henry Roth, ya su  novio, desesperan. Pudo haber sido peor, les dice el médico.

Un poco a manera de consuelo, les presenta a  un internado en la clínica que le dicen “Tom diez segundos”. Su memoria sólo puede retener recuerdos de diez segundos. Lucy tiene memoria a largo plazo y la memoria corta dura un día, Tom, en cambio, debe empezar cada diez segundos.

Esta situación de abstracciones de un todo ya había sido observada por Platón. En su obra El camino del filósofo, Jean Wahl anota: “La teoría de las relaciones de Platón debe considerarse, pues, como una teoría de relaciones reguladas, opuestas no menos a las relaciones caóticas.”

En la obra citada Wahl dedica todo un capítulo  en el que menciona que no se trata de un tema marginal, por así decirlo, en Platón, sino que es central en la obra del filósofo. En el mencionado capítulo  Las relaciones anota: “La totalidad de la filosofía de Platón puede considerase como un gran intento de justificar y explicar el que el espíritu humano ponga relaciones.”

Pero la patología que sufre la muchacha por el accidente no es tan raro. En la normalidad de nuestras vidas pocas cosas retenemos de lo que vivimos el día anterior. ¡Qué comimos ayer?¿De qué color eran los calcetines?

Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich,1968
Esas “pocas” las traemos al presente por el fenómeno de las relaciones. Aun las más lejanas saltan del pretérito y se hacen presentes si hay alguna relación, algún detalle. En cincuenta años pude haber olvidado una escena, un nombre, un olor. Y, de pronto, se hizo presente, volvió al presente.

¿En la normalidad? Sí, en esa “normalidad normal” cuando todavía la sangre y el oxígeno llegan regularmente al cerebro. Antes que de manera natural nos vayamos borrando a nosotros mismos. Cuando empiezan los intervalos del “Ah….ah sí, ahora recuerdo”. O llegar a la oficina y decir: ¿por qué vine? Repetir la caminata y salta el “Ahora recuerdo, a eso venía”. Y los compañeros de trabajo exclaman: ¡Ya se te va el avión!”

 Es la etapa que nuestra vida se va llenando de abstracciones, de parcialidades. El todo continuo  se va fraccionando. Las relaciones, entre un acto y otro acto, van siendo cada vez más raras. Los intervalos, las desconexiones más frecuentes y más largas.

En dos obras trata  Platón el asunto de las relaciones: en el Timeo relaciones físicas y en el Filebo: “presenta el mundo como una relación entre lo ilimitado y lo limitado de acuerdo con ciertas leyes de armonía.”

Aristóteles agarró la estafeta de su maestro  Platón en el tema de las relaciones: “Tan importantes considera Aristóteles las relaciones, que tenía una categoría especial para ellas, la que llamaba categoría del “en relaciones a.”

El lustro pasado se puso de moda en México esta fórmula, en las conversaciones, por ejemplo: “Sucedió así porque estaba en relación a…”  y no se terminaba la frase. Seguramente pocos saben que fue Platón el que la puso en circulación hace veinticinco siglos.

Varios filósofos a través de los siglos han bordado en torno a las relaciones. Desde los que, a semejanza de Descartes niegan que todo  sujeto (caballo) es ajeno al predicado (blanco), como los que, según Leibniz, lo dicen relacionado (caballo blanco): “todo predicado es inherente a un sujeto”.

Para Leibniz ya el espacio y el tiempo eran elementos de enlace, modos de relacionarse en el terreno de la fenomenología y no episodios aislados.

Otros, como Berkeley señalan la “noción” como relación y se extiende hasta nuestra percepción como el elemento amalgamador: “Berkeley entiende por el término “noción” la percepción interna  que tenemos en nuestro yo  activo y también las relaciones mismas siempre guardan una relación con el yo y que el yo es también algo semejante a una relación.”

 Wahl cita a Hegel quien afirma que nada está aislado: “Nada en este sistema está separado ni nada es abstracto.”

Spinoza lo dice por medio de los recuerdos, que una cosa futura que imaginamos debe ser en plazo próximo porque nos afecta de modo mas intenso que si imaginamos que su tiempo de existencia esta mucho mas distante del presente:

 "En efecto, en tanto imaginamos que una cosa será próximamente, o ha pasado hace poco tiempo, imaginamos por esto mismo algo que excluye  menos su presencia que si imaginamos su tiempo de existir  más distante del presente o que ha ocurrido en fecha lejana; por consecuencia  seremos afectados por ella de modo a más intenso en la misma medida."  (Spinoza, Ética, Cuarta Parte)

Y luego de siglos de sujetos sin predicado y predicado sin sujeto, expresado de muchas maneras, y donde entran en juego los momentos sustantivos y los transitivos, parece que todo, tanto Platón como Parménides, suponen las relaciones en una superestructura nombrada Absoluto: 

“Por consiguiente, tenemos que romper con el esquema relacional entero, y tornando a un pensamiento no lejano del de Parménides, afirmar un Absoluto del que no tenemos idea alguna, pero que lo contendría todo en un estado sublimado o, como dice Bradley, trasmutado, esto es, en una unidad superrelacional.”

Pero la pareja de la película no es de  filósofos y lo dicen como tú y como yo lo diríamos. Todos los días se dan “un primer beso”. Y cuando llevan 23 besos y la temperatura ha subido en Henry, le dice a su novia un argumento que relaciona los días y sus respectivos besos: “Ya tengo las bolas azules”.

Pero casi a todos los filósofos no les es posible expresarse como se hace en la calle y Santayana encuentra, en Spinoza, un argumento para señalar de qué modo, con las relaciones, se alcanza la eternidad. O no se alcanza. Lo dice en su obra Tres poetas filósofos).

“Spinoza tiene una admirable doctrina o, más bien, una admirable intuición, que consiste en ver las cosas bajo el aspecto de la eternidad. Esta facultad es fundamental en la mente humana; la percepción y la memoria ordinarias son ejemplo de ella. Por lo tanto, cuando la utilizamos para tratar problemas fundamentales no nos alejamos de la experiencia, sino que, por el contrario, nos fundamos en la experiencia y en sus frutos. Se ve una cosa bajo el aspecto de la eternidad cuando todas sus partes o momentos son concebidos en sus verdaderas relaciones y, por consiguiente, de un modo continuo.”

Santayana
“Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, más conocido como George Santayana (Madrid, 16 de diciembre de 1863 – Roma, 26 de septiembre de 1952), fue un filósofo, ensayista, poeta y novelista hispano-estadounidense. A pesar de ser ciudadano español, Santayana creció y se formó en Estados Unidos. A los 48 años dejó de enseñar en la universidad de Harvard y nunca más volvió a los Estados Unidos. Escribió sus obras en inglés, y es considerado un hombre de letras estadounidense. Su último deseo fue ser enterrado en el panteón español en Roma. Probablemente su cita más conocida sea «Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo», de La razón en el sentido común, el primero de los cinco volúmenes de su obra La vida de la razón o fases del progreso humano.” WIKIPEDIA

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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