BERGSON, COLATERAL ALPINO


BERGSON, COLATERAL ALPINO

Endulzar una bebida es como vemos la relación de nuestra personalidad. A más azúcar que le agreguemos más nos alejamos del agua natural.

A más ruido del mundo, con el que rodeamos nuestra vida, más nos alejamos de nuestra interioridad.

Necesarios para vivir son las cosas y los conceptos que emergen desde el yo profundo. Pero con tanto ruido dónde quedó ese yo profundo.

Un ascenso gradual, consciente, a partir de la niñez. Pero sucede que nos llenamos tanto de ese exterior que después se dificulta volver a nuestra interioridad.

 Como el bebedor que pasa la raya y deja de ser él para pertenecer a la cofradía de los servidores del dios Ome Tochtli, para los mexicanos, y Baco, en Occidente...

“En esta región superficial nuestras impresiones ya no son enteramente nuestras, ya guardan algo de la exterioridad y de la magnitud  que poseen las cosas que las han causado.”

No están ausentes los ratos de reflexión y reacción contra esa superficialidad: “Pero estas visiones inmediatas de la conciencia son raras porque el hombre se inclina naturalmente más a vivir que a contemplar, más a pensar la materia para dominarla y utilizarla  que a pensarse  así mismo para conocerse desinteresadamente.”

Ese contemplar, más que a pensar  en las cosas y en conceptos, es casi imposible para el habitante de la ciudad, tan llena de ruido y de prisa por llegar a la oficina o a la fábrica. Y más tarde deberá rehacer la convivencia familiar y acaso social con los amigos.

El tiempo frente al televisor es un entretenido modo de sustraerse al acelerado ritmo de esa actividad inmediata. Ver anuncios comerciales, y el resto de violencia social, en la pantalla, no es la mejor solución pero al menos es el modo de la irrealidad virtual que ayuda a  llenar el día.

Es también otro modo de continuar en ese exterior, muy lejos de la contemplación para el conocimiento de la interioridad natural.

Frecuentar a la naturaleza con disciplina rutinaria. Lo comparable a esa rutina, en nuestros tiempos, es el montañismo como deporte. Ir a la soledad lejos de los reflectores del deporte comercial. Y de las cada vez más frecuentes contingencias ambientales por los mortales grados imecas de la ciudad.


Dibujo tomado de libro Técnica Alpina de Manuel Sánchez.
Editado por la Dirección General de Actividades Deportivas de la
Universidad Nacional Autónoma de México, 1978.
 El montañismo tiene metas definidas tales como llegar a la cumbre, escalar tal pared o realizar la travesía por bosques, cañadas y glaciares.

Pero una vez ahí  el ambiente  natural lo envuelve y lo hace pensar otra vez en las cuestiones básicas de la vida, contemplación o reflexión sobre su vida, que en la ciudad le parecía una cuestión meramente colateral, ahora cobra importancia legitima.

Andaba tan a la carrera que hasta olvidó  hacer ejercicio físico   necesario, rutinario, para conservar el buen estado del cuerpo. El alma, la mónada,  esa criatura de la que tanto hablan los filósofos y los teólogos, menos le importó. ¡Ésta ni siquiera se ve, como el cuerpo físico! Si a éste no le hizo mucho caso, a aquella menos.

Las jornadas en la montaña son más de permanencia en un sitio, dentro de la tienda, que de actividad. Es necesario preparar el vivac antes que llegué la noche. Así es como el individuo se autorecluye, se autoencuentra, por  así decirlo, consigo mismo, al menos por doce horas en lo que trascurre esa noche.

Y empieza a pensar, pero ahora lejos de la cháchara, ruido y de la prisa de la ciudad. Como el pintor que debe alejarse del lienzo para poder apreciar el conjunto de los trazos sobre la tela o el muro.

El montañista es hombre de la modernidad que necesita pagar la renta de su departamento, buscar ascender en el escalafón del lugar donde trabaja y, de ser posible, incrementar su cuenta en el banco.

Al regreso de la montaña ya se puso en claro, como dice Manuel García Morente, qué son las cosas útiles para el modo de ser en la ciudad.

Pero para volver a encontrarse consigo mismo, y con esas cosas sencillas y fundamentales de la naturaleza, necesita agarrar otra vez su mochila. Colgársela al hombro y volver a caminar entre los árboles. En esos bosques donde los imecas nos permiten respirar a pleno pulmón.

O en la travesía del desierto donde sus belleza de 45 grados de temperatura promedio, hace volver a la “realidad verdadera” con suma celeridad.

Bergson lo dice así en su obra Introducción a la metafísica:

“Generalmente vivimos de ese acarreo social. Pero a medida que vamos penetrando en estancias más retiradas del castillo interior, vamos siendo más nosotros mismos, vamos distinguiéndonos más del común y acercándonos a lo incomparable, es decir a lo inefable y a lo indefinible de nuestra propia personalidad. En lo más hondo de ella somos lo que realmente somos…”

Bergson
“Henri-Louis Bergson o Henri Bergson (París, 18 de octubre de 1859 – Auteuil, 4 de enero de 1941) fue un filósofo francés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927. Hijo de un músico judío y de una mujer irlandesa, se educó en el Liceo Condorcet y la École Normale Supérieure, donde estudió filosofía. Después de una carrera docente como maestro en varias escuelas secundarias, Bergson fue designado para la École Normale Supérieure en 1898 y, desde 1900 hasta 1921, ostentó la cátedra de filosofía en el Collège de France. En 1914 fue elegido para la Academia Francesa; de 1921 a 1926 fue presidente de la Comisión de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. régimen de Vichy El bagaje británico de Bergson explica la profunda influencia que Spencer, Mill y Darwin ejercieron en él durante su juventud, pero su propia filosofía es en gran medida una reacción en contra de sus sistemas racionalistas.1 También recibió una notable influencia de Ralph Waldo Emerson.” WIKIPEDIA

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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