ARISTÓTELES, VER


 

Mira a los ojos del que te habla y no se dará cuenta cómo estas vestido, dijo  Dermont Mul Roney, el gigoló profesional en la película Amores, enredos y una boda.

Usa lentes oscuros, sin necesidad real, y te ocultarás  a los ojos de la gente. “Si pudieran mirar el interior del corazón del hombre y pudieran ver su actitud respecto de lo que constituye la belleza moral, el hombre virtuoso podría aparecer tal, aun prescindiendo de sus acciones”, escribe Aristóteles en su Gran Ética, capítulo XIX.

Pero como no podemos ver, entonces necesitamos esperar que accione. El mismo Dios no se comunica ya por medio de la voz, como antes hacía. De tanto comunicarse llegaron a no creerle o se le malinterpretaba. Ahora habla por medio de las circunstancias, de los actos.

En las películas de ficción descubrían al hombre invisible llenando el piso de polvo. En tanto éste no se moviera nadie lo ubicaba. Pero aun moviéndose no quiere decir que avanzara.

Como el que en el gimnasio se mueve sobre la máquina “caminadora”.  Como los alpinistas en la cumbre más alta de la montaña mexicana Iztaccihuatl,  cuando se cubre por la tormenta, desorientados,   dan vueltas en círculo.

 Por eso la “virtud activa”, que Aristóteles propone tiene la connotación de moverse positivamente. No sólo el movimiento mecánico sino el intencional. O idea operante, como le llaman los filósofos.

“No quiero conocer a nadie sino por sus obras” escribirá más tarde Spinoza en su Tratado Teológico- Político.

Pero aun cuando pudiéramos ver, por medio de la intuición (instinto + sabiduría), ¿de que serviría a nosotros, a la comunidad, un hombre virtuoso? La soledad terapéutica (de místicos, filósofos y novelistas) puede muy bien confundirse con la soledad  patológica  del yo narcisista.

Aristóteles adelanta un “tip” para conocer si de verdad es un hombre virtuoso. La virtud tiene que ser activa. Porque en tanto esté inmóvil esa virtud permanece en potencia:

“Cuando los hombres ven un hombre virtuoso, le juzgan por sus acciones, porque su propósito o intenciones internos les quedan ocultos.”

 Tomás de Aquino dice que “Se pueden definir sus hábitos por sus actos.”

Las religiones no escapan a esta regla. En tanto recite la Biblia  de memoria nada se ha demostrado. Todo queda en palabras.

 En política sirve la misma regla. El político, ya en posesión del puesto por el que tanto luchó, no demuestre con hechos lo mucho que prometió, durante el debate cuando apenas era precandidato, no ha ido más allá de las palabras.

 La pareja de enamorados también está sujeta de este capítulo XIX. El matrimonio es el yunque donde las promesas experimentan sus más duras pruebas de aquellas encantadoras promesas.

Existir, sólo existir sin hacer nada, hasta pone en duda la existencia misma. Se necesita algo más, dice Jean Wahl (El camino del filósofo):

  “…sólo hay existencia si hay contenido de la existencia.”

De ahí que Aristóteles, en este capítulo XIX, recomiende ver, no tanto oír. Ver si se mueve en la dirección que positivamente prometió.
ARISTÓTELES
 

“Aristóteles (en griego antiguo Ἀριστοτέλης, Aristotélēs) (384 a. C. – 322 a. C.)1 2 fue un polímata: filósofo, lógico y científico de la Antigua Grecia cuyas ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.1 2 3.Aristóteles escribió cerca de 200 tratados (de los cuales sólo nos han llegado 31) sobre una enorme variedad de temas, incluyendo lógica, metafísica, filosofía de la ciencia, ética, filosofía política, estética, retórica, física, astronomía y biología.1 Aristóteles transformó muchas, si no todas, las áreas del conocimiento que tocó. Es reconocido como el padre fundador de la lógica y de la biología, pues si bien existen reflexiones y escritos previos sobre ambas materias, es en el trabajo de Aristóteles donde se encuentran las primeras investigaciones sistemáticas al respecto.”Wikipedia

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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