(Paul Jonson El Renacimiento Ed. Grijalbo Mondadori, Barcelona, 2001)
En rigor, laicismo no es una meta en si. Más bien se trata de un camino para llegar a un fin. Este fin es el Humanismo.
Humanismo es donde el individuo puede vivir con toda libertad de pensamiento en el universo de las ideas y las artes tales como la filosofía, el teatro, la literatura... En nuestros días de laicidad resulta hasta desconcertante estar escuchando a cada rato la palabra “laicismo”.
Esto era necesario hace siete siglos, cuando en Europa se pensaba casi de una sola manera y era según el modelo cristiano. Se buscó entonces un sustento ideológico que no fuera pura teología. Podría incluir la teología, pero también otras disciplinas culturales. Y lo que se encontró fue que faltaba mucho trabajo original en ese sentido. Mil años de teología habían producido pocos filósofos.
En todos los siglos de la Edad Media hubo filósofos en muchos países europeos y también en los árabes, pero eran más los teólogos. En las universidades medievales, fundadas por el rey y por el papa (como la Real y Pontificia Universidad de México) existieron las cátedras de las llamadas ciencias humanistas pero por lo visto era el tiempo que se necesitaba más de ello. Fue cuando se volvió la vista a la filosofía de los griegos antiguos, su teatro, su tragedia, la escultura. La expresión “occidental” se compone de tres elementos esenciales que son lo griego, lo romano y lo cristiano. Todo eso con su gran substrato de ciencia y tecnología recogida de todas las partes que habían sido conquistadas en el tiempo de los grandes imperios de la antigüedad y lo que más tarde ellos mismos, los europeos, inventaron y descubrieron.
Si había más cristianismo es que estaba faltando cierta nivelación de los otros elementos. Es lo que en líneas generales se conoce como “Renacimiento”. Ahora bien, dice Paúl Johnson, es tesis limitada creer que el laicismo es el producto de la rivalidad entre el Pontífice y el Rey, situación que hizo crisis en el siglo catorce en Europa. El Humanismo es mucho más que un pleito entre jerarcas.
Es mucho más que el pleito entre poderes fácticos de todos los días. El Humanismo, con mayúscula, no es una abstracción cultural. Es el anhelo de libertad de pensamiento y de manera de vivir. Respeta, rescata y estudia el multiculturismo.
Si bien, el movimiento humanístico se dio en las capas pudientes de la sociedad europea de entonces. Por eso a ese Humanismo se le clasificará siglos más tarde como “humanismo burgués”.
¿Hay un humanismo proletario? Esperamos que nadie vaya a cometer la barbaridad de creer que lo que el pueblo del común ve en la actualidad en la televisión sea alguna especie de Humanismo. Pero sí, el habitante de las áreas populares de las ciudades, al que le faltan los fundamentos filosóficos de la antigüedad y de la modernidad, quizá pueda llamársele “humanista de espejo o de reflejo”, porque va a reproducir los esquemas que la clase de arriba les haga llegar, pero con la limitación y distorsión que a ella convenga. Por desgracia, esta clase de distorsiones se dan con suma facilidad en pueblos, como el mexicano, donde se leen dos libros de cultura como promedio por persona al año. En este país pocos leen muchísimo de cultura, muchos leen poco y el resto ve televisión… (ver, para este tema de la lectura en México, la entrevista a Ruy Pérez Tamayo, catedrático, en Humanidades y Ciencias Sociales, de la UNAM, 2009).
Los señores feudales de la Edad Media, en los que se podían localizar áreas de conocimiento, ya para entonces se estaban trasformando en lo que más tarde se conocería como “burgueses”, capitalistas y banqueros. Señores feudales que absorbían la cultura que hombres acuciosos como Dante, Petrarca y Boccaccio, entre otros, habían rescatado de los conventos guardados hasta entonces por los frailes: “La recuperación de los clásicos latinos siguió adelante gracias a la labor, entre otros grupos, de Poggio Bracciolini, buscador infatigable de textos en las bibliotecas monásticas de todo Europa, que sacó a la luz nuevas obras de Cicerón, Quintiliano y otros autores...Tres manuscritos en concreto, conservados en la Biblioteca Vaticana, manifiestan su pasión (de Petrarca) por el arte de la escritura” . Pero, dice Paul Jonson, los señores feudales no sólo absorbían cultura si no que también la producían, y en grande, de una manera u otra, ya fuera directamente o bien como mecenas.
Cabe la aclaración porque el pueblo común, lamentablemente, poco tuvo que ver, al menos en sus comienzos, en este movimiento debido a sus limitados recursos económicos y de preparación académica. Sigue sucediendo. En nuestros días las conferencias de personajes de la cultura y la ciencia se dan en los auditorios universitarios, entre tanto los trabajadores y obreros en general, oficinistas, etc., se encuentran afanados en otras áreas lejanas. Lo más próximo al pueblo, en México, hay que decirlo con reconocimiento, son las “casas de cultura”. Se localizan en las colonias populares y de la clase media.
Como sea, insiste Paul Johnson, el laicismo en sus orígenes es no religioso, y de ninguna manera anti religioso. En todo caso el laicismo se ocupa de fortalecer los valores del Humanismo.El Humanismo es el que va preparar el camino para la Ilustración. Creer que la Ilustración partió de cero es creer en la generación espontánea, no en la causalidad.
Mucha de esta información, respecto de la aplicación del laicismo, en la Universidad Nacional Autónoma de México, se encuentra en la famosa polémica de altura que protagonizaron Vicente Lombardo Toledano y José Vasconcelos. O en la carta-renuncia que hiciera Ezequiel A. Chávez ante el Presidente de la República Lázaro Cárdenas, o en el discurso que Narciso Bassols, a la sazón Secretario de Educación Pública, pronunciara ante la Cámara de Diputados….
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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