Modos de orientación geográfica

La brújula


En la actualidad ya no se justifica el empirismo que nos hacía vagar casi  perdidos o momentáneamente extraviados por las montañas.  En cualquier café Internet de la calle podemos entrar a Google Earth y tener al instante todos los detalles en línea y en imagen de la región que nos interesa. Y con un poder de acercamiento que hasta las piedras del camino se distinguen, valles, laderas, hondonadas, cordilleras, pueblos, ciudades.

El Altímetro

Brújula y las curvas de nivel
Altura y altitud
Sin pasar por alto que la tecnología actual al alcance del pueblo, como son  algunos tipos de teléfonos celulares, traen brújula, cámara fotográfica, acceso a planos topográficos, etc.

Lo mismo si se trata del cerro de Iztapalapa, dentro de la ciudad de México, que  de Shangrilá en el  perdido macizo montañoso del ignoto continente. Así fuimos nosotros al lado noreste del Aconcagua sin guía profesional, sin amigos de allá, sin haber estado en el sur del continente y sin tener el más remoto conocimiento directo dónde estaba esa montaña. Con un buen plano topográfico de la región, una brújula y un altímetro, llegamos con toda precisión como si se tratara del cerro de Iztapalapa.



Diccionario de la Montaña, Agustín Faus, Barcelona España, 1963






Termómetro


Meridianos y paralelos
Latitudes y longitudes
De todas maneras ofrecemos una serie de dibujos que muestran los principios rudimentarios de la práctica de la orientación geográfica. Casi todos pertenecen al libro Técnica Alpina, publicado en noviembre de 1978 por la Dirección de Actividades Deportivas y Recreativas de la UNAM, bajo la dirección del Ingeniero Alejandro Cadaval.

Estos dibujos son creación de  Manuel Sánchez.
Por mi parte creo ser el redescubridor de un método de orientación muy general que debió ser utilizado en tiempos prehistóricos. Es mediante la figura del conejo. Sistema de orientación usado por nosotros, de manera adyacente (o de confirmación), al cruzar el desierto de Altar, en Sonora, México, y el desierto de Samalayuca, en Chihuahua, del mismo país.


La brújula de los chamanes
La Luna que  observamos en el amanecer-mañana nos dice que  estamos en el este con respecto de la Luna  y en consecuencia el “filo” de la derecha   es el norte.
La que observamos en la tarde-noche nos dice que estamos en el oeste con relación a la Luna y el “filo” de la izquierda es el norte.


Lo real de la cartografía y lo subjetivo del humano no siempre se ponen de acuerdo...En todo caso el plano topográfico también sirve para encender la fogata...
Lo anterior es más fácil de averiguar con las “lunas llenas”.
Esta manera de orientación se puede comprobar desde la ciudad sin necesidad de esperar a estar en el desierto, en alta mar o en la montaña.


La figura del conejo nos dice que es en la tarde, estamos en el oeste y el “filo” de la izquierda es el norte.

Tomado de El magnetismo de Raymond Holden,Editorial Novaro S.A.



Con brújula y plano topográfico a través del bosque











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 Una palabra sobre la luna en el mito mexicano.
En la leyenda teotihuacana del Quinto Sol la luna es masculino. Es Meztli-Tecuciztecatl (conejo-dios, animal y divinidad) La vanidad y el temor del dios  Tecuciztecatl no le permitieron lanzarse en primer lugar a la hoguera mítica. Por eso ocupa el segundo lugar en el cielo visto desde la Tierra. Es el Sol Nocturno. El dios Nanahuatzin se arrojó primero y de ahí salió el Sol de Día. Merced a la trasformación dejó de ser invocado como Nanahuatzin y ahora se le invoca como Tezcatlipoca “el más grande de los dioses”. Entonces había ya  dos soles que iluminaban igual de día que de noche. Los dioses teotihuacanos arrojaron un conejo a la luna y esta perdió brillo. Por eso la luna tiene la forma de un conejo visto desde el hemisferio occidental.

Para efectos prácticos de orientación, según hemos mencionado, los viajeros del desierto que están familiarizados con la luna encuentran en ella un buen referente de orientación geográfica. En el mercado se pueden encontrar “calendarios lunares” que ilustran las diferentes fases por las que pasa este satélite natural de la Tierra  en el transcurso del año.

Ahora bien, todo viajero del desierto descubre que  la luna del desierto no es la misma que la luna de la ciudad.  En la ciudad la luna apenas significa una luz más en el cielo. Es pálida, insignificante y esporádica.

En el desierto es una presencia deslumbrante de orientación geográfica pero, sobretodo, de profundo significado mítico y cultural para los pueblos de origen mesoamericano. En el desierto la luna no es parte del cielo, es parte del desierto.
El Sol de Día visto de frente quema la retina de los ojos. El Sol Nocturno se mete en la mochila del viajero y se viene con él a la ciudad. Para siempre.

Salambó, la heroína cartaginesa de la novela de Flaubert,  invoca a la luna  como diosa Tanit. Una parte de su oración dice: “¿A dónde vas? ¿Por qué cambias de forma perpetuamente? Tan pronto delgada y curva te deslizas  en el espacio como una galera sin mástiles, o bien en medio de las estrellas te pareces aun pastor  que guarda su rebaño. Luciente y redonda, rozas las cimas de los montes como la rueda de un carro.”



Diccionario de la Montaña, Agustín Faus, Barcelona, España, 1963




Orientación mediante el  "GPS"

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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