En 2010 los mexicanos ocupamos ya el primer lugar de individuos con sobrepeso corporal Es hora de leer a Thoreau. Un individuo que acostumbraba caminar por vocación filosófica y por salud psicofísica. Y como los montañistas caminamos por deporte, nos parece que es el lugar apropiado para traer algunas citas de este escritor
Henry David Thoreau fue un norteamericano que observó muy de cerca a la población de su país del siglo diecinueve (nació el 12 de julio de 1817 y murió el 6 de mayo de 1862).Veía la tendencia de la población a subir de peso corporal. Thoreau en realidad fue un hombre de letras. Escritor trascendentalista y filósofo estadounidense.Fue agrimensor, naturalista, conferencista y fabricante de lápices. Además de uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense. Hoy día se le considera un pionero de la ecología y de la ética ambientalista. Se dice que Thoreau quiso experimentar la vida en la naturaleza y desde el 4 de julio de 1845 vivió dos años en un bosque. Es decir que sabía de lo que estaba hablando, lo practicaba, no solo lo intelectualizaba.
Con profética claridad escribió dos ensayos en la perspectiva de caminar: “Walking” (pasear) y “A Winter Walk”(un paseo de invierno). Buscan estos trabajos hacer conciencia que la sobrealimentación, o hábitos defectuosos en la manera de comer, traería a su pueblo grandes dificultades de salud. Recomendaba caminar. En su tiempo la manera de trasportarse en vehículos era incipiente. La población iba a pie por necesidad y, no obstante, ya había la tendencia al sedentarismo. En la actualidad a la inclinación del menor esfuerzo, y la sabrosa comodidad de quedarse quietos, propios más bien de la vida da la ciudad, la ciencia le llama patología de la inmovilidad. Después apareció el uso del automóvil y la televisión que nos mantienen en el quietismo absurdo. Para cuando terminó el siglo veinte el país de Thoreau ocupaba el primer lugar en el mundo de gente gorda. Desde todos lo matices de la báscula hasta llegar a la obesidad en situación de cirugía. Empero, para el primer tercio del siglo veintiuno la ciencia médica ha declarado que es México el que ahora ocupa el primer lugar de individuos con sobrepeso. Todos sabemos que, en tiempos de paz, la gordura mata más gente que las guerras, los sismos y los tsunamis juntos. Deja un inmenso dolor en las familias y requiere fabulosas cantidades de dinero del erario público para solventar este mal en los hospitales del Sector Salud. Y, no obstante, seguimos en la inmovilidad.
Nosotros creeemos que la biología tiene un plan secreto para eliminarnos ( y dar cabida a las nuevas generaciones). Nos hace creer que con la ley del menor esfuerzo nos protegemos acumulando energías para ocasiones especiales. Eso estaría bien para cuando eramos recolectores- cazadores. En la ciudad exageramos esa economía de esfuerzo y resulta al revés. Al sedentarismo pernicioso la medicina ahora le llama "patología de la inmovilidad".
La ciencia médica y la medicina del deporte tienen la solución (dieta balanceada, comer sin exceso y hacer ejercicio), pero no le hacemos caso. Es aquí cuando Thoreau cobra vigencia en la perspectiva de la salud del pueblo. De los pueblos de todo el mundo. Su prosa, deliciosa y despiadada para los que no caminan, puede ayudarnos en la batalla frente a la báscula. Para el efecto de caminar no se crea que se necesite ir al bosque lejano, al desierto desolado o a la montaña ignota. ¡Ni siquiera se necesita un centavo para comprar nada!” Basta con caminar las calles de la ciudad en los rumbos que nos movemos en distancias de hasta diez kilómetros. Un grupo de conocidos míos lo están llevando a cabo con excelentes resultados. Con las llaves de su automóvil en la bolsa del pantalón están logrando lo imposible: ganarle a la báscula.
Relacionado con esto hay algo más grave todavía y que, en el término de dos o tres años, acaba con la vida de millones de gentes en todo el planeta: es el síndrome de la depresión que ataca a los jubilados y pensionados. Nos parece que estos encontrarían muy interesante y útil leer a Thoreau. Sobre todo útil si lo llevamos a terrenos utilitarios. La gente se pasa la vida trabajando con la idea de jubilarse y pasar el resto de sus días disfrutando de su jubilación. Y resulta que por diversas causas se deprime tanto, engorda tanto por la inactividad, que pronto muere. Los cheques que pudo haber cobrado durante otros veinte años, o algo así, de haberse puesto en movimiento, ya no pudo disfrutarlos.
Y esto va para los hombres de negocios y de grandes fortunas… Para un pobre no es problema morir pero morir cuando se es rico y poderoso…
La gente de ciencia no escapa a esta situación.Permanece mucho tiempo frente a la computadora y no camina. Un hombre empírico todo lo que tiene que hacer es levantar la mano para decir el último adios.El científico deja trunco el que iba a ser el trascedental proyecto de investigación, no podrá asistir al ya próximo congreso y ¿quién se hará cargo del microscopio de barrido de mi laboratorio?
Dicho en otras palabras: el sedentarismo en toda sus modalidades (ver televisión durante horas, futbol, la comedia casera, la sabrosa reunión dominguera con los amigos y la acostumbrada comilona, etc.) sin hacer el ejercicio, sino de competencia, sí ejercicio por la salud, es el gran negocio del gobierno y de las compañías aseguradoras que ya no pagarán mas las pensiones ni jubilaciones. ¡Y los trabajadores en activo ni siquiera llegarán a jubilarse! sino caminan por la salud.
¡Y estéticamente a los hombres nos crecerá la barriga y las mujeres se desparramarán por los lados!
Una conclusión es que el abuelito necesitaría cuidar su salud física veinticinco años antes de ser padre...
Aquí algunas de las ideas de Thoreau
Tenemos una madre inmensa, salvaje y rugiente, la Naturaleza, que se extiende a nuestro alrededor con tal belleza y tal cariño por sus hijos como el leopardo. Y sin embargo, nos separan demasiado pronto de su seno para pasar a la sociedad, a esa cultura que es exclusivamente una interacción del hombre con sus semejantes
Viva donde viva, de éste lado está la ciudad, del otro la naturaleza, y cada vez me alejo más de la ciudad y me retiro a la naturaleza.
Para mí, la esperanza y el futuro no están en los jardines ni en los campos cultivados, en los pueblos ni en las ciudades, sino en los pantanos inaccesibles y movedizos.
Confieso que me asombra la capacidad de aguante, por no mencionar la insensibilidad moral, de mis vecinos que se encierran en tiendas y oficinas todo el día durante semanas, meses, y…años seguidos.
En el transcurso de mi vida he conocido sólo a una o dos personas que comprendieron el arte de Caminar, o sea, de dar paseos, que tuvieran, por así decirlo, el don de sauntering (saunter), deambular, dar la vuelta o un paseo tranquilamente.
…hasta tuvieron la suerte de perderse en el bosque durante media hora
Sino pasara al menos cuatro horas al día errando por los bosques, las montañas y los campos, absolutamente libre de todo compromiso mundano, creo que no podría conservar la salud ni el ánimo…
Piensa en un hombre que levanta mancuernas para mantenerse sano, mientras en las lejanas praderas surgen a borbotones los manantiales sin que él vaya a buscarlos. H.D. Thoreau
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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