Letras Inglesas y Noruegas

  Título:
Letras Inglesas y Noruegas
 Autor: Armando Altamira Gallardo
 Cuaderno de Comunicación Sindical número 86
Publicación del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México
 Octubre 2006
 64 páginas

Contenido:
Defoe
Ward
Eliot
Maugham
Lawrence
Caudet
Shakespeare
Conrad
Milton
Lowry
Ibsen


Cuento de W.Somerset Maugham

La Carta

“Un amor  templado es mucho más duradero que un amor violento que somete al individuo entero y lo hace juguete de las pasiones”. Esto lo dijo Wilhelm Stekel, psiquiatra alemán, hace casi un siglo en un tratado que escribió sobre la psicopatología de la vida amorosa de la mujer. Las palabras de Stekel podrían servir de epígrafe para este cuento del novelista inglés W. Somerset Maugham titulado “La Carta”.

Sigue diciendo Stekel: “Las potencias repulsivas que aspiran a la separación reaccionarán con mayor violencia... Hay pequeñísimas  disonancias y un día tiene lugar la catástrofe; el odio explota con una violencia elemental. El odio aspira a la destrucción del individuo odiado”.

El cuento de W.Somerset Maugham comienza cuando una mujer, Leslie Crosbie, descarga seis tiros de pistola sobre un individuo llamado Hammond. Dijo que había intentado violarla. Enseguida llega John Witers, el jefe del distrito. Tres horas más tarde llega también Roberto Crosbie, el esposo de Leslie. Tanto él como sus amistades comprenden a Leslie y se afanan en rodearla de atenciones. De seguro, dicen, las autoridades tomarán en cuenta que Leslie  haya defendido su libertad y su persona. Claro que  está el extraño detalle que cuatro de los seis tiros hayan sido disparados cuando el cuerpo de Hammond se encontraba ya en el piso...

Hay que tomar en cuenta que la homosexualidad de este gran novelista que es Maugham lo va a llevar a repetir el estereotipo que desempeñan las heroínas de sus novelas y obras de teatro. Capaces de las actitudes más violentas. En contratesis de la actitud mesurada de los hombres. Así fue en sus novelas “Servidumbre Humana”, “Al Filo de la Navaja”, “La Otra Comedia”...

Leslie fue acusada de asesinato y encarcelada a pesar de que todos estaban de acuerdo en que había obrado en legítima defensa. El proceso duró varias semanas. Ella demostraba una entereza enorme y causaba la admiración de los jueces por la precisión de su relato. Roberto, el esposo, estaba indignado de la lentitud de la justicia y muy especialmente de que la última audiencia del día siguiente fuese pública. Al final Leslie fue absuelta por los jueces y se convirtió en heroína. De inmediato pudo reunirse con su marido en su plantación de caucho, en la que vivían, y en la que había tenido lugar la tragedia, en los alrededores de Singapur.

Mientras duró el proceso se habían desarrollado algunas situaciones que darían un giro a los acontecimientos. Un abogado chino, llamado Ong Chi Seng, sabía de la existencia de una carta que Leslie le había enviado a Hammond. Le pedía encarecidamente que se reuniera con ella en su casa.
En realidad Leslie y Hammond eran amantes pero éste estaba a punto de abandonar a Leslie. Había otra mujer de por medio, una china. Leslie le reclamó a Hammond y hubo una escena de celos muy fuerte. Pero al final Leslie terminó aceptando la situación al declararle que no podría vivir sin él. No obstante, Hammond se mantuvo firme en su intención de dejarla e irse a vivir con la china. Y esto fue lo que Leslie no pudo soportar. Aceptaba el triángulo pero no que la dejara por la otra. Fue cuando sacó el arma y le disparó dos balazos mortales. Y aun muerto Hammond, y yaciendo en el suelo, le disparó otros cuatro balazos.

El chino Ong Chi Seng le dijo a Joyce, un amigo de la familia de Leslie, que tenía la carta y que la china pedía por ella diez mil dólares. Era una cantidad enorme y Joyce tuvo que decirle la verdad a Roberto, el esposo de Leslie. De otra manera la carta iría a dar a manos de los jueces y el caso se reabriría. Leslie seguramente sería condenada a morir ahorcada.

La carta se pagó, Leslie quedó libre definitivamente, la verdad del asunto se puso al descubierto al interior de la familia  y Roberto abandonó a su esposa. Los que lo conocían sabían que a la postre acabaría regresando con Leslie pues la amaba y era un hombre noble.

Fatigada y soñadora, Leslie bajó al jardín. La Luna la perseguía por el camino, alcanzando su figura vaporosa donde no la cubrían las sombras profundas de la plantación y, por un segundo, iluminó también otra figura que sigilosamente pasó detrás...Joyce y Roberto salieron alarmados a buscar a Leslie cuando pasó el tiempo y se percataron que no regresaba. Fueron llamandola por el jardín. De pronto tropezaron con un cuerpo inerte al borde del camino. Era Leslie que yacía muerta.“En el suelo brillaba una daga china y junto a la hoja, húmeda y letal, parecían destilar odio los ojos fosforescentes de un dragón”. Leslie no perdonó a Hammond que la dejara por la china y la china no perdonó a Leslie que hubiera matado a Hammond...



EL SUPERAGENTE 002 CONTRA ANDRÓMEDA
Frank Caudet

La acción se desarrolla en el tiempo que Estados Unidos y la Unión Soviética eran enemigos pero sus respectivos espías llegaban a amarse apasionadamente. Al menos así sucedió con Donald Evans y Olga Zarkov.
Jacob Kessler es el maldito astrónomo alemán  que después  de la Segunda Guerra Mundial  instala, nada menos  que en Florida, un enorme  laboratorio para construir satélites provistos de bombas nucleares y desde el aire destruir a Estados Unidos y a la Tierra misma. Piensa dominarla o destruirla. Después de lo cual, de todas maneras,  se irá a habitar a otro planeta. Ya ha puesto a prueba sus armas destruyendo en el espacio adelantos científicos que hacen los norteamericanos. A este  proyecto el alemán   lo llama “Andrómeda”.

Como en el principio los angloamericanos no saben quién los ataca, llaman a Donald Evans para que descubra al enemigo. Evans es un superagente al servicio del Departamento Atómico Nacional de Seguridad (DANS) y su clave es EO- 002. Está entrenado para descifrar cualquier enigma, salir ileso de cuanto peligro se encuentre  y de paso destruir al enemigo trátese en singular o de un grupo de matones. Maneja desde una automática de mano hasta un complicado tablero para hacer explotar bombas. Pero, sobre todo, está capacitado para amar a cuanta mujer hermosa y buena se cruce en su destino. Y como todas las que van a su encuentro  son espías enemigas, al final tiene que matarlas, por buenas que estén.

Desde luego que el tenebroso científico alemán Jacob Kessler dispone de una extensa organización de agentes y  asesinos. Estos intentan acabar en varias ocasiones con el 002 pero el superagente se les adelanta y los aniquila. Al final 002 descubre la ubicación del laboratorio en el que  se desarrolla  el proyecto  Andrómeda .

Logra introducirse en él y acaba con todos. Una bella agente enemiga que intenta detenerlo es desintegrada.¡Carbonizada! con una arma secreta de la cual dispone Evans. ¿Qué arma es esa? Un oftalmólogo especialista le ha practicado una operación en la cornea. Si cierra los ojos y los abre tres veces seguidas, sale de ellos un rayo que carboniza al oponente. También el científico Jacob Kessler muere carbonizado por una mirada mortífera de Evans y ahí acaban sus sueños de dominar al mundo.  Donald Evans, el agente del imperialismo norteamericano y Olga Zarkov, la espía bolchevique, acaban haciendo el amor entre las nubes en tanto viajan en la avioneta desarmable que el agente 002 lleva a todas partes dentro de un pequeño maletín...

Si en México se leyeran al menos 24 libros como promedio al año por individuo y el contenido de la lectura fuera de cierto nivel, este género de literatura que acabamos de relatar sería poco menos que basura. Pero según cifras de la Secretaría de Educación Pública, el promedio es de dos libros al año, eso quiere decir que no hay que apresurarse a opinar. No hay resistencia cultural para sistematizar las propagandas de preguerra, guerra y posguerra. La labor enorme desarrollada a través de los medios acaba por desdibujar la realidad. Desde luego salta en este género de literatura la propaganda imperialista.

Por lo demás esta literatura es un fenómeno que deberá llamar la atención a todo aquel que escribe con la idea de ser leído. Trabajos de filosofía e historia, con tratamiento cuidadosamente epistémico, salidos de nuestros centros de alta cultura, tal vez agoten una edición de mil ejemplares en quince años. La novelita ligera de “EO- 002 contra Andrómeda” , cuyo autor es Frank Caudet, venden millones de ejemplares al año. En abril de 1994 la portada de esta última revista dice: “Más de 28 millones de ejemplares vendidos mensualmente en 17 idiomas”. Todo esto  tiene como centro de distribución las ciudades de Barcelona, Bogotá, Buenos Aires, Caracas, México, Río de Janeiro...
Y lo que debemos aceptar, y buscar, es que estas publicaciones deben ofrecer otras cosas más que el mensaje subliminal. ¿Por qué tienen un éxito de venta semejante? Lo primero que salta a la vista es el manejo que se le da a su redacción. Es ágil. Sencillo. Breve y a base de diálogos.

Ni los teóricos de los partidos políticos ni los filósofos han logrado en México semejante habilidad de redacción. Véanse las publicaciones de los partidos políticos que, pese a los adelantos de diseño computarizado, de ahora, son auténticos ladrillos, casi como los que se editaban a mediados del siglo veinte.

 Sólo Nietzsche, con su personaje Zaratustra y sus aforismos, logró incursionar en el nuevo modo de hablarle de filosofía a las masas no especializadas. También Holderlin con su Hyperion. Heidegger ni pensarlo. Sabía pensar pero no sabía escribir. Si tuviéramos a la mano las cifras de venta de los libros de estos tres pensadores veríamos de una sola vez el contraste de lo que estamos diciendo, esto al margen de los contenidos y tratamientos de sus respectivos temas. Con Heidegger aun los especialistas lo piensan dos veces.

Así pues, si  nuestros escritores no se han decidido redactar para llamar la atención de las multitudes, habrá que seguir leyendo al 002 contra Andrómeda. Al menos una cosa se habrá conseguido con eso y será el habito de la lectura. Y ya armados de este vital recurso, es probable que se incursione en la lectura de otros géneros hasta que podamos preguntarnos ¿quién está detrás de estas sencillas, fáciles y cautivadoras publicaciones?


MIDDLEMARCH

George Eliot

Es la historia de las fuerzas vitales que produjeron lo bueno de la sociedad del mundo como ahora lo conocemos. Y son fuerzas tan absolutamente anónimas, que los individuos que las encarnaron, nacieron y murieron, ahora nadie sabe de ellas. Hay personajes de la sociedad de un pueblo inglés, no lejos de Londres, que se llama Middlemarch. Pero que fundidos en la historia propiamente del pueblo, el factor tiempo se encarga de enviar a esos personajes al anonimato. Pasan a ser una referencia, un dato, un número y, después, el olvido.

Middlemarch está en todas partes. ¿Cuántos trabajadores, hombres y mujeres eminentes de la ciencia y las letras, de la administración y rectores, ha tenido la Universidad Nacional Autónoma de México? Existieron, y fueron tan reales que por varias décadas ocuparon un lugar en el espacio universitario y en su nómina de pagos. Vivieron alegrías, esperanzas, tedios y conflictos. Pero después el tiempo fue borrando su memoria hasta casi desaparecerla. ¿Cuántos conocemos a los rectores y directores de los tiempos de la Colonia española? De los cientos sólo quedan, en alguna apartada galería, retratos de algunos de ellos. Y esos retratos mismos son tan ajenos a las nuevas generaciones que es como si nunca hubieran existido.

En Middlemarch, novela tan extensa como La Montaña Mágica, de Thomas Mann, la autora no ha podido desprenderse del todo del tratamiento decimonónico de la literatura europea de entonces. Principio, desarrollo y final. Y final feliz. Pero aquí la escritora se aparta y en las últimas páginas quita a sus personajes su aureola de fin de cuento feliz. Les da, como el título de la novela lo dice, un tono medio. Efectúa al final un movimiento sinóptico de varias generaciones de gentes en
Middlemarch y todo vuelve a perderse.

 Es, efectivamente, como dice el subtítulo de la obra, un estudio de la vida de las provincias inglesas de ese siglo. Middlemarch es un pueblo en el que campea el riguroso espíritu metodista. Una falta en la conducta y todo amenaza con resquebrajarse estrepitosamente. “Todo el mundo prefería hacer conjeturas a saber simplemente la verdad”. Al banquero Bulstrode se le descubre algo turbio que hizo mucho tiempo atrás y esto bastó para sacar a mención su origen judío y provocar un escándalo que de hecho casi llega a ser el leit motiv de la enorme novela.

No obstante, hay que decir que George Eliot es una de las escritoras que tratan con la mayor delicadeza, equilibrio y conocimiento, la cuestión religiosa. Sus referencias a la vida inglesa protestante, a la “cuestión católica” y a la muy difusa presencia judía. No se erige en defensa de una ni levanta la espada contra la otra.

Hay pocos personajes. Y estos se mueven por pareja. Lydgate, médico, con su compañera Rosamond. Will Ladislaw, artista y político, con su compañera Dorotea Casaubon. Nicholas Bulstrode, banquero y prestamista, con su chantajista John Raffles. Pequeños burgueses cuya meta en la vida es mantenerse en ese nivel de la sociedad, evitando caer al nivel de más abajo, que los enviaría al anonimato de las ciudades. La religión juega aquí su rol social. Un personaje le pregunta  a otro: “¿Sigues en la línea de los disidentes? ¿Vives todavía como hombre devoto?  ¿O te has pasado a la Iglesia anglicana por más elegante?

En Middlemarch las clases sociales reproducen sus costumbres. En una colonia popular una pareja no le da muchos rodeos a su relación. Se ven, se gustan, se besan, se tocan y se reproducen. En el estrato social al que pertenecen los personajes de Middlemarch se ven los enamorados y, mucho antes de darse el primer beso, siquiera, hay un diálogo más o menos en los siguientes términos: debo marchar al extranjero para labrarme una fortuna y hacerme digno de su amor. Volveré con los años si usted me lo permite. Y la otra le responde: vaya y haga lo que se ha propuesto. Lo esperaré todo el tiempo que usted necesite.

El ritmo de la novela es, efectivamente, decimonónico. Se desarrolla en un país en el que no eran raros los lectores de libros. Una sociedad en la que una de sus figuras centrales era el libro. Son novelas extensas porque hay lectores de novelas extensas. La trama, lineal o enmarañada, era preferible con tal que no se acabara. Así eran los lectores y así eran los escritores. La autora parece referirse a esto cuando dice: “Hay que aprender a vivir en el aburrimiento”

Otra  frase de la autora podría servir como corolario de esta novela: “Cuando las mujeres  quieren, los hombres aprenden a reprimir su mutua antipatía”. Porque, en efecto, en Middlemarch los hombres disponen pero a la postre las mujeres deciden…




El Paraíso Perdido

 John Milton

Haber perdido el Paraíso celeste es una confirmación  de la vocación democrática de Dios. Esto sucedió en un tiempo “ que ni cielo ni Tierra existían aun”. También confirma el anhelo de libertad de la mujer. Esto cuando ya estaba el Paraíso terrenal.

Los ángeles creyeron poder rebelarse y lo hicieron. Pero, como en toda democracia, se hizo el recuento y, ¡los rebeldes quedaron en minoría numérica! Lo importante es que había condiciones para decidir. “Fueron los unos para sostenerse y los otros para caer”. A la postre no fue el número lo que decidió el resultado de la guerra en el cielo sino los valores que sostenían ambos frentes. Entonces llegaron el Pecado, la Muerte y el Caos.

De esa manera empezó la historia con  sus valores paradigmáticos del Bien y el Mal (con estas categorías no hay que olvidar que estamos hablando de cuestiones que sucedieron en el cielo, pues tal es la naturaleza de la obra comentada). Pradigmáticos  porque muchos escogen ser malos y otros buenos. En el proceso una gama amplia de tonalidades de gris del blanco al negro. Y los sacerdotes de ambos lados haciendo proselitismo sin cesar para su causa.

La historia de la libertad se repite con el hombre. Mejor dicho con la mujer, porque el hombre, Adán, prefiere obedecer  no comiendo la fruta del árbol prohibido. Pero es la mujer la que no se conforma con que haya algo prohibido que ella no pueda alcanzar...

“Te advertí- le dice Dios a Adán-, te aconsejé, te predije el riesgo a que te exponías, y que un enemigo oculto estaba acechando para tender sus trampas. Llevar más allá mi celo hubiera sido violentarte, y emplear la violencia contra el que es libre, es proceder indigno”.

A partir  de la rebelión algo se salió de armonía. Para restablecerla se hace necesario que el mismo dueño de la casa se humille y convenza a los disidentes que deben volver. No es tan rara esta situación. Un padre que ve que el hijo rebelde se va de la casa y después debe abrir las puertas para facilitar que regrese. Un gobierno, o el mismo país con otro gobierno, que decreta la amnistía para que sus connacionales, otrora rebeldes, regresen del exilio.

Pero el rescate, al menos del humano, no del ángel, no es tan fácil. Dios pide voluntarios entre sus fieles ángeles para efectuar la salvación del hombre. Nadie da un paso adelante. Finalmente el Hijo de Dios “en quien reside la plenitud de su amor divino” se ofrece de voluntario.

Pero no todos regresan. Desde el primer momento el humano se muestra arrepentido y quiere rehacerse. En cambio Satanás y sus seguidores dejan bien establecido cuál es la fuerza que los mueve siendo la soberbia y el odio: “ Ten por seguro que nuestro fin no consistirá nunca en hacer el bien. El mal será nuestra única delicia”.

Por cierto que hay un dato que se refiere a México, en aquel conocido episodio de la pasión de Cristo, en el que Satanás lleva a Jesús a lo alto de una montaña para desde ahí tentarlo mostrándole los reinos del mundo: “ Y allá en su imaginación (de Satanás) quizá descubrió la opulenta México, imperio de Moctezuma”. Desde luego que esto no está es la Biblia pero sí es una parte del lirismo miltoniano.
El Paraiso Perdido de Milton es uno de los más bellos libros que alguien haya escrito respecto de la Gracia y la Libertad del humano. Si bien, al final del libro el cristianismo liberal de Milton lo hace entrar en tesis y contratesis frente  al cristianismo ortodoxo, ya  que no puede  resistir la tentación  polémica teológica tan fuerte de su tiempo. Sus biógrafos coinciden en que escribió preferentemente en prosa y con propósitos polémicos. Algo parecido a lo que motivó a Dante para escribir su Divina Comedia varios siglos antes.

Como sea, se trata de una formidable recreación bíblica que ha conquistado un lugar en la cultura occidental. Para los pueblos americanos llenos de sol esa obra parece un panorama cultural pesado y sombrío. Sin embargo aborda temas como lo establecido, la libertad, el caos, el egoísmo, el anhelo de reconstrucción. Sombrío pero perfectamente leíble aun para lectores flojos. Su prosa es una delicia. Su lectura es imprescindible porque es lo mismo, en línea generales, lo que contiene esta obra, de fuerte sabor teológico, lo que vamos a encontrar en esa disciplina académica laica conocida como “filosofía.

  John Milton nació en Londres, Inglaterra, el 9 de septiembre de 1608 y murió el 8 de noviembre de 1674. Poeta inglés. Se dice que es con Shakespeare una de las figuras cumbres de la lirica anglosajona. Al periodo final de su existencia, el de la ceguera, la pobreza y el aislamiento, pertenecen sus dos grandes poemas que son El Paraíso Perdido y El Paraíso Recobrado.




Macbeth

William Shakespeare

Macbeth era un general del ejecito de Escocia y el rey de este lugar se llamaba Duncan. El rey tenía dos hijos: Malcolm y Donalbain.

Macbeth vivía tranquilo y agradecido con su rey al que le debía honores. Pero la ambición de su esposa lo empujó a pensar en matarlo para que Macbeth ocupar su lugar. Duncan decide que Malcolm, su hijo, le suceda en el trono. Es el momento en que Macbeth, que de algún modo abrigaba la esperanza de llegar a ocupar el trono de Duncan, a la muerte (natural) de éste, se ve contrariado.

Pero también casi horrorizado al descubrir que en él se mueven fuerzas oscuras poderosas: “Se presenta un obstáculo que detiene mi avance, o que debo saltar si sigo hacia delante. Ciéguense las estrellas. Que su luz no ilumine mis oscuros deseos. Que mis ojos no miren  lo que harán estas manos. Que se cumpla, no obstante, lo que odiarán los ojos si llega a realizarse” .
Es en ocasión de una visita que el rey Duncan hace al castillo de Macbeth, que Lady Macbeth, urge a su esposo a que lo mate: “Jamás verá el mañana!...Para engañar al mundo hay que ser como el mundo… aparenta el aspecto de la inocente flor, pero sé la serpiente que bajo ella se oculta. Del que está por llegar debemos ocuparnos”.

Hasta ese momento Macbeth es sensato y habla con reconocimiento de la persona del rey Duncan: “Seguir con este asunto es imposible. De honores me ha colmado. He adquirido una fama dorada entre  las gentes  y quisiera lucirla  con todo su esplendor en vez de desecharla con tanta rapidez”.
Su esposa lo azuza: “ “¿A pesar de que quieres poseer lo que estimas ornato de la vida , como un cobarde  vives ante tus propios ojos dejando el no me atrevo en pos del yo quisiera, igual al pobre gato que por temor al agua se queda sin pescado”.

Cuando Macbeth por fin lleva a cabo el regicidio, empieza a matar para culpar a otros. Culpa de la muerte a los dos guardias del rey. Macbeth también asesina a los guardias  para callarlos.
Malcolm y Donalbain, los hijos de Duncan  se sienten inseguros. Donalbain dice: “Aquí, bajo las sonrisas se ocultan los puñales”. Malcolm decide irse a Inglaterra y Donalbain para Irlanda.

Macbeth sigue matando para permanecer en el poder. Banquo es otro general del ejército de Escocia que, ante todo el ambiente de crímenes que ha provocado Macbeth en la corte, se cree llamado a ocupar el trono. Macbeth decide enviar a los asesinos para que también lo maten. Aquí Shakespeare ofrece una pincelada maestra de psicología. Cuando Macbeth  envía al asesino, este le asegura su profesionalismo y  que cumplirá con su cometido: “Yo soy un hombre, Alteza, a quien los viles golpes o insultos de este mundo han ofendido tanto que ya no me da miedo hacer lo necesario para ofender al mundo”.   En efecto, Banquo es asesinado.

En esta parte del relato Shakespeare introduce al espíritu de Banquo, al estilo de Hamlet, e inquieta a Macbeth. Sirve para descubrir el estado de perturbación mental  en el que se encuentra ya Macbeth., provocado por  tantos crímenes que ha cometido.

Finalmente Macduff, un noble consigue ayuda del monarca de Inglaterra para ir contra Macbeth.
El ambiente de la corte  se convierte en algo insoportable para el mismo Macbeth y para los demás. En “Antonio y Cleopatra” Shakespeare escribió: “La Historia nos enseña  que ningún hombre sigue siendo deseado una vez que ha conquistado el poder”.

 La ambiciosa esposa tampoco soporta el cauce que han seguido los acontecimientos y muere. Cuando enferma llaman al médico. Una dama de compañía suya le informa que tiene obsesión de la suciedad: “Eso es corriente en ella; como si se tratara de lavarse las manos. La he visto hacerlo durante un cuarto de hora”. Y Lady Macbeth exclama: “Siempre está aquí el olor. Ni todos los perfumes de Arabia purificarán esta pequeña mano mía”. Enseguida muere.

En ese momento entra un mensajero y le dice a Macbeth que el bosque empezaba a moverse. Una bruja le había vaticinado a Macbeth que moriría cuando el bosque se acercara a él. Desde entonces permanecía en el interiore de su castillo.  Las ramas que  se acercaban eran Malcolm, hijo del rey Duncan, acompañado de otros nobles de Escocia.y del ejército inglés, y lo hacían cubiertos de ramas de arbustos, en camuflaje, hacia el castillo de Macbeth.

Los bandos entran en combate.  Macbeth sostiene un duelo con Macduff. Al final esta actitud valiente es la que, según la ética guerrera de la época, lavará la sangre de todos los asesinatos cometidos por Macbeth. Macduff, el noble de Escocia, da muerte a Macbeth y le corta la cabeza.
Siward, conde de Northumberland, general de las tropas inglesas, es proclamado rey de Escocia. Pregunta cómo murió Macbeth. Peleando cara a cara. Y Siward exclama en su honor: “¡Pues entonces que sea un soldado de Dios! Tuviera tantos hijos como cabellos tengo. A todos desearía una muerte tan bella¡ Que éste sea su réquiem!

Con Shakespeare se cierran los tiempos. Así lo dice uno de sus biógrafos. No hubo un escritor tan grande como él ni lo hay ni lo habrá: “Es el escritor más grande de todos los tiempos”. Lo cierto es que cuando la psicología, como ciencia, estaba en pañales en el siglo dieciséis, este escritor pudo hurgar muy hondo en la mentalidad del humano, le fue posible describirla de manera extraordinaria sobre el papel y, por si esto no bastara, interpretó sobre el escenario del teatro alguno de los personajes que había creado.

Y, sin embargo, al igual que con Homero y con Bruno Traven, algunos escritores, contemporáneos de Shakespeare, aseguran que éste ni siquiera existió. Fue, decían, algún poeta ilustre de su tiempo, deseoso de pasar anónimo. O bien algún mecenas culto, que decidió en algún momento, para tener más libertad de creación frente a los poderes políticos, y también frente a los prejuicios de los protestantes puritanos  que tanto fastidiaban cerrando teatros, decidió ponerse el seudónimo de “William Shakespeare”.

 Es como negar la existencia antropomorfa por medio de lo cual la gente  deshumaniza a sus autores favoritos y los mete en la dimensión de la leyenda.

Sin embargo este autor tiene un árbol genealógico.  Asimismo, los nombres de los padres y de sus familiares posteriores. Shakespeare nació el 23 de abril de 1564 y fue bautizado al día siguiente en Stratford-upon-Avon. Fue hijo de un próspero comerciante y de Mary Arden, hija de un terrateniente católico. Los biógrafos destacan esto de católico por tratarse de que el cristianismo romano era en ese tiempo una situación excepcional, debido a la reforma protestante instituida desde el trono de Inglaterra. 52 años más tarde, el 23 de abril de 1616, sería enterrado en ese mismo templo de Stratford.

De creencias religiosas cristianas muy cerca a Roma, su vida en la corte de Inglaterra, donde se encontraban los mecenas tanto para artistas como para financiar las representaciones de sus obras, fue difícil. La reina apoyaba a los grupos de teatro pero los puritanos perseguían a la gente de teatro por considerarla de moral relajada. La desinhibición necesaria para la gente de teatro la tomaban como degeneración de las costumbres de la sociedad en general. Este fue el ambiente político y cultural en el que se movió Shakespeare:

“Los puritanos actuaban conforma a los preceptos de Lutero o Calvino y defendían unos valores morales muy estrictos. Pronto los puritanos  ingleses pusieron  sus miras en acabar  con los espectáculos y las funciones teatrales, por encontrarlos moralmente despreciables. A partir de 1590 la influencia puritana en las provincias inglesas se agudizó  y este aumento se apreciaba  especialmente en Londres” ( “Shakespeare”, Má. José Rodríguez, Edimat, Libros, S.A.)
Durante el reinado de Isabel I, el tiempo de Shakespeare, las obras de teatro, los inmuebles y el ambiente fueron propicios para el arte de la representación teatral. Se le conoce como la época del teatro isabelino. Si bien las condiciones generales  del reino dificultaban el libre desarrollo de la representación teatral. El padre de Isabel I fue Enrique VIII que protagonizó una ruptura tajante con Roma.



EL AMANTE  DE  LADY CHATTERLEY
D.H.Lawrence


Es la novela de la incompatibilidad de caracteres entre sus personajes. En esta obra de D. H. Lawrence todos se detestan. Excepto la  pareja de amantes, que en el corto plazo parece llevarse bien. Después quién sabe. También reniegan de la clase social en la que se encuentran. Sólo Clifford, el aristócrata, sabe que ese es su lugar. Ha nacido para dirigir y se ha preparado en consecuencia.

Es una larga y penosa enseñanza. Cada individuo humano es algo particular. Fue hecho con la misma tarjeta geonómica que el resto de la especie a la que pertenece y, sin embargo, no hay otro como él. Si pudiera vivir él solo tal vez sería feliz. Pero no puede. Decide vivir con otro individuo humano. Y esto muchas veces es el principio del fin para dos individuos humanos. Cuando  descubren la situación esta suele tener ya muchas raíces o marañas. No se dice yo soy así, yo quiero vivir así, yo pienso así. Hay recriminaciones cruzadas  del uno hacia el otro. Tu vives así, tu eres así.

En rigor los dos tienen razón tratándose de su individualidad. Pero, ¿por qué tuvieron que mezclar su vida con la del otro? No hay compatibilidad de caracteres. Sexualmente llegan a no entenderse. Culturalmente hay grandes  desigualdades que dificultan el diálogo. A la postre los personajes no sabrán qué es peor, si vivir solo o vivir con alguien. Las mesas de los juzgados están repletas de las carpetas del odio que solicitan divorcio urgente.

Constance Steward Reid se une con Clifford Chatterley cuando a éste le dieron, en 1917, un mes de permiso, en los frentes de batalla, para que fuera a descansar a Inglaterra. Se casa con Constance y regresa a las duras batallas de las trincheras. Medio año más tarde Clifford es regresado a su mansión Wragby, en la población de Tevershall, completamente destrozado por las heridas físicas. En adelante vivirá en una silla de ruedas y no puede tener relaciones sexuales. Necesita un heredero a fin que continúe con la tradición familiar, el apellido Chtaterley y con los negocios de las minas de carbón de las que es propietario. Llega el momento que le dice a su esposa que debería tener un hijo y él lo recibiría como suyo, con todos los derechos de heredad. ¡El lo formaría para  líder industrial y financiero! Una situación semejante, respecto esto último,  será también el tema  que más tarde escribirá Ernest Hemingway en la novela “Ahora brilla el Sol”. Un soldado que regresa invalido del frente de batalla, una mujer joven y hermosa, amores de ésta con otros hombres...
Un día Constance conoce al guardabosques de la propiedad de Clifford Chatterley. Cuando ni siquiera han entablado amistad, empiezan a hacer el sexo, sin barrera y sin medida y con los días llegan a enamorarse. A Constance le aburre la intelectualidad de su esposo, el cual también es escritor y publica libros.Antes, para escapar de esta situación, tan falsamente refinada a sus ojos, había tenido aventuras con un tipo extraño llamado Michaelis. Luego se sentirá atraída por el guardabosques, quien a su escasa cultura la llena con una sensualidad tal que hasta le ha dado cierta fama de “salvaje” en el pueblo cercano Tevershall. Constance se siente tan enamorada y atraída  que abandona toda posición, que tenía en la alta sociedad, con tal de vivir junto al guardabosques.

Los amantes no tardan  en odiar al marido, a quien hacen culpable de que ellos no puedan vivir su amor con plena libertad. El guardabosques se llama Oliver Mellors. Este también es casado y vive separado de su mujer desde un tiempo atrás. También a ella llegan a considerarla  culpable de la falta de libertad de los amantes. Al final estos deciden abandonar todo, con miras a vivir juntos, cuando ambos hayan logrado sus respectivos divorcios.

Así fue como Constance escapó del mundo aburrido que vivía con su esposo. Aquí Lawrence recurre al cartabón del marido aburrido  para una especie de justificación de la mujer que se busca un amante. Igual  hicieron Ibsen, Tolstoi y Flaubert. Julia, personaje de Sade, es de la pocas mujeres que decide importarle poco todo mundo, empezando por su virginidad, con tal de convertirse en una diosa increíble del sexo. Hasta la misma Mesalina, ¡increíble!, se refugió en lo blandengue de su marido, el emperador Claudio, para dedicarse prácticamente a la prostitución.

El caso es que la emoción, de la amistad ilegal con Mellors, le dio nuevo sabor a los salvajes  días de sexo que siguieron. Después el cielo empezó a oscurecerse. Muchas complicaciones presentidas para el futuro. Muchas complicaciones en sus pláticas que rememoraban el pasado de cada uno de ellos: “No sé lo que soy. Veo venir días muy negros” dijo el guardabosques a Constance.  

Esta novela se va mucho por los tonos grises. Le falta color. Después de todo la vida tiene sus momentos de nube color de rosa. En la realidad las risas se alternan con los conflictos. Este es el desbalance de la obra. Recuerda lo sombrío de la novelística de Dostoweski. Como si un fotógrafo pusiera en su cámara con película de color un filtro de color. Dominaría este color y los otros colores se saldrían de balance.

Desde luego, en la novela encontramos situaciones que nos dan idea del contexto social en el que se desarrolla el trabajo. Los obreros  de las minas de carbón son individuos pobres, tristes y sin esperanza de mejorar su presente ni   planear su futuro. Algunos de la clases altas ven con repugnancia lo vulgar  que es la vida de la gente del pueblo. También algunos pensamientos de valor respecto de la actitud del humano como aquel que “la juventud anda tras la inmortalidad y la ancianidad busca la sensualidad”.


México en 1827
visto por H. G. Ward

 “Viajeros”, “Expediciones científicas”, “Gambusinos”...Todos quieren conocer las potencialidades de México apenas Hidalgo ha dado el grito de independencia frente a Francia, y que en seguida se dirigirá contra España. Se tenía horror por el curso que había llevado la Revolución Francesa y de plano ya no se toleraba a los “gachupines”.Humboldt de Alemania y Poinsett de Estados Unidos son los primeros en llegar. El primero mide la altura de las montañas, estudia las minas y se mueve en el ambiente de los hombres de la ciencia. El otro es un simple viajero (después regresará a México como Plenipotenciario y primer Embajador de su país) que observa a la sociedad, el estado en que se encuentran los caminos, establece logias para los intelectuales mexicanos  y se mezcla con los militares.

Son los Lawrence de Arabia que envían a  sus respectivos gobiernos informes puntuales de lo que hay en el subsuelo y en la superficie del país. Tras estos ilustres hombres llegarán a Veracruz los ejércitos invasores... Después de tres siglos de un control absoluto de la libertad de expresión, por parte de España, los mexicanos les dan la bienvenida sin pensarlo dos segundos.
Procedentes  de países anglos, los nuevos visitantes incluían siempre, como requisito para decidirse a invertir en México, el tema de la libertad de cultos. Les interesaba introducir el cristianismo liberal en un ambiente cristiano romano ( Igual harían en Japón en 1945 y en Irak en 2003). Casi todos los insurgentes eran católicos, y abundaban los caudillos – sacerdotes, pero necesitaban dinero para reconstruir minas y presas...

En este panorama social mexicano también llega Henry George Ward, Encargado de Negocios de su Majestad de Inglaterra, a las costas de Veracruz. Los caudillos mexicanos del momento lo esperan con los brazos abiertos. Necesitan reconocimiento político y también esperan que invierta su capital. Los caudillos tienen tan sólo una década en la lucha y se revelan, a pesar de eso, como  experimentados negociadores. Empero, los otros, los extranjeros, tienen mil años de experiencia...

Más esos viajeros eran tan preparados académicamente que, sin excepción, dejaron trabajos de “observación” que a la postre resultarían verdaderas joyas de la “literatura de viajes” enfocados a los más diversos aspectos que eran de su interés tales como la minería, política, historia,  arqueología (cuando en México ni se soñaba que existiera esta ciencia de la antropología), sociología, economía, potencialidades geográficas como selvas, ríos...
Ward observa que, con una patente falta de visión, los insurgentes habían destruido las presas de las que se alimentaban la extensas tierras de las haciendas de los españoles. Cuando cesó la contienda los insurgentes se encontraban dueños de una tierra yerma y sin dinero para reparar  esas  presas. Lo mismo sucedió con las ricas minas. El gran Tiro General de la mina la Valenciana ya había costado a los españoles un millón de dólares en 1801. Y se siguió invirtiendo en ella durante años. En 1810 las tropas de Hidalgo la inutilizaron y en 1818 fue destruida por los seguidores de Mina. Después se necesitó concesionar este importante lugar a la Anglo Mexicana Association para que volviera a producir.

Al cerrara una mina se caía la economía de la región. Los labradores, artesanos, pequeños ganaderos o pastores dependían en mucho del poder adquisitivo de los obreros mineros. La   historia oficial nos ha impedido realizar un trabajo más a fondo y ver en realidad para quiénes trabajaban, consciente o inconscientemente, algunos de estos caudillos. Con el argumento de quebrar la economía de los españoles acababan con lo que sería el patrimonio de los mexicanos. Individuos que de pronto aparecían en nuestras costas al frente de un grupo de rebeldes armados y pertrechados,  “con dinero de sus propios bolsillos”,  y al grito de ¡Viva la Independencia de México!, quemaban sus ricas tierras de café, destruían sus fabulosas minas y volaban las grandes presas!... 

Otra de las observaciones que hace Ward es que fue desde los lejanos tiempos de la colonia, y durante prácticamente los tres siglos que ésta duró,  que nuestra ecología sufrió un grave daño. Lo que les interesaba sobre todo a los españoles, desde los días de la conquista, era la extracción de la plata. Para tal actividad se necesitaban enormes cantidades de madera que satisfacían cortando árboles de todos esos bosques de la amplia franja norte de Pachuca,  como es Tulancingo, Chico  hasta Zimapan, en los que se encuentran ubicados los macizos montañosos de importancia alpina de los Frailes, las Monjas, las Ventanas, Peñas Cargadas.... Y más allá los bosques de Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas...

Ward insiste que  la guerra de independencia trajo la casi destrucción de la exitosa industria de la minería en México.  Pero dada la tecnología y el capital, que era necesario para volver a echarlos  a andar, estos no se encontraron a la mano y los mexicanos, ya independientes, tampoco pudieron beneficiarse de las minas, ahora suyas. Muy relativamente suyas: “En 1826 estaban establecidas allí ( en la región de Temascaltepec) cinco compañías, dos inglesas, dos americanas y una alemana; no había una sola mina explotada por alguna compañía mexicana a pesar de que el señor Septión, del tribunal de Minería, es propietario de una, San Francisco de Paula, para la cual todavía está buscando quién le proporcione avío” ( Ward, “México en 1827”, Fondo de Cultura Económica).

La prosa de Ward, elegante, sencilla y culta, descubre una educación de las mejores universidades europeas de su tiempo. Aun en pleno siglo veintiuno es agradable leerlo. Sobre todo si recordamos que a la sazón, en el diecinueve, algunos de  los  mejores  escritores mexicanos  se esforzaban por llenar sus escritos de citas en latín y un español muy rebuscado.  Ward mezcla, con cuidadosa dosificación, el dato exacto y la sabrosa  anécdota.

Podemos imaginar una pequeña expedición inglesa que atraviesa el bárbaro y muy pobre territorio mexicano, carente de caminos para carruajes. Sólo senderos para animales de carga, llevando consigo tiendas de campaña, camas de latón y sirvientes. Además  un surtido vestuario para cambiarse de ropa a la hora de tomar el te, lo que hacen en pleno campo abierto o entre la agreste montaña. Evita describir el absurdo de cómo hacían sus necesidades fisiológicas en un país donde no se conocían los elegantes “retretes” de Inglaterra.

 Sobre todo es muy cuidadoso en sus expresiones que escribe de las gentes, los lugares y costumbres de México. Al final,  como a Lawrence de Arabia le pasó con las arenas del Cercano Oriente, parece que Ward fue conquistado por México. Llegó a tomar, con agrado, pulque y pidió al conde de Regla que le llevara a bautizar a una de sus hijas...  No obstante, después de eso, un día aparecerían los buques de guerra ingleses frente a las costas de Veracruz...



ROBINSON CRUSOE Y SUS INÚTILES AÑOS DE SOLEDAD
Daniel Defoe

28 años con 2 meses y 19 días estuvo Robinson Crusoe viviendo el la Isla de la Desesperación. Hasta ahí fue arrojado por una tormenta en alta mar que estrelló el barco en el que viajaba y acabó desbaratándose en los arrecifes. Murieron todos sus compañeros de viaje y quedó solo. A la isla  había llegado de manera involuntaria el 30 de septiembre de 1659.Al menos 20 años se la pasó sin poder hablar con algún humano. En la desesperación, al cabo de ese tiempo, domesticó a un loro y le enseñó a decir su nombre.

Varias veces tuvo que jugarse la vida luchando contra los salvajes que solían llegar de otra isla,  a practicar el canibalismo. En una de esas, un día viernes,  logró rescatar a un caníbal que iba a ser devorado por otros caníbales enemigos. Le puso por nombre “Viernes”. Por fin tuvo con quien platicar. Le enseño a hablar el ingles, le leía la Biblia y lo instruyó en el manejo de las armas de fuego que había rescatado del naufragio. Lo hizo porque tenía la necesidad de compañía. ¡Pero sobre todo para contar con un criado a quien poder ordenar!

      La gran lección que aprende es lo vital que resulta poder comunicarse con otros. También que, si la humanidad volviera a empezar, recorrería el mismo camino que nos relata la antropología: descubrir y hacer el fuego, buscaría la cueva para protegerse de los peligros naturales, mataría animales para comer y vestiría con sus pieles e inventaría herramientas.
Descubriría la agricultura y el pastoreo, incursionaría en los terrenos de la filosofía. En los momentos de enfermedad dirigiría los ojos al cielo y pediría a alguien que le ayudara. Puesto en la disyuntiva, mataría a otros para sobrevivir. Volvería al canibalismo ritual De la misma manera volvería a surcar los mares para ir a África y, sin siquiera manifestar el menor escrúpulo, comprar negros como esclavos para que trabajaran sus tierra en Brasil. Escribiría otra vez la Biblia y la leería a diario, al caer la tarde, todo lleno de recogimiento y espiritualidad.

 Con casi treinta años de soledad y deseoso de poder reintegrarse al mundo de la gente, escogería otra vez a Inglaterra para vivir, pese a que apenas la conocía, y rechazaría Brasil, país con el que estaba familiarizado y tenía ahí sus tierras y su fortuna, ¡porque este país es católico y el otro protestante! Remontaría con esfuerzos físicos y gran  voluntad, la enorme cuesta de cubrir e inventar la tecnología.

Sobre este personaje se han imaginado incontables metáforas. Una de ellas es la inmensa soledad que vive el hombre moderno en medio de la multitud. Y su proverbial incapacidad para comunicarse cara a cara. Con vehemencia busca a sus semejantes a través de los medios, la televisión, la computadora o la telefonía celular, pero cara a cara no tarda  en entrar en conflicto con ellos.

Robinson Crusoe es un personaje inventado por el escritor Daniel Defoe. Se le ocurrió la idea al conocer el relato sobre un hecho real. Un marinero llamado Alejandro Selkrik, piloto del galeón “Cinque Ports”, zarpó de Inglaterra en mayo de 1703. Durante la travesía tuvo dificultades con el capitán del barco, a tal grado que pidió que lo dejara en una isla. Esta isla se llamaba “Más a Tierra” (ahora “Robinson Crusoe”). Se encuentra en el archipiélago de Juan Fernández, situado a unos 670 kilómetros de la costa chilena.

Permaneció en ella 4 años y medio, hasta que fue rescatado por el Duke, navío comandado por el capitán Wooden Rogers. Estos tripulantes fueron los primeros que escucharon la historia del solitario. Al regreso a Inglaterra el capitán escribió y publicó un relato sobre las aventuras de Selkrik. Lo mismo harían el oficial del Duke y un periodista de Inglaterra.  Así llegó el asunto a oídos de David Defoe que consideró que el relato daba para más y 4 años después publicaba la novela Robinson Crusoe. Tal cosa se le facilitó porque él mismo era un tipo aventurero que estaba familiarizado con la vida del mar.




BAJO EL VOLCAN
Malcom Lowry

El autor de esta obra  procede de una tradición novelística de largo aliento, al estilo de Middlemarch, de George Eliot o La Montaña Mágica de Thomas Mann (o, en el Este, La Guerra y la Paz de Tolstoi).  No se trata de  un trabajo para lectores susceptibles de ser  llevados a la carrera  para todos lados por la mercadotecnia. Inglaterra y Europa central hacen una región donde el promedio de lecturas al año, por individuo, es alto. Esto se traduce en obras donde los escritores no tienen prisa por terminar sus relatos y los lectores, en correspondencia, son muy sui generis.   

Geoffrey Firmín, uno de los personajes centrales de esta novela, es un alcohólico convencido y de tiempo completo. En toda la obra le vamos a encontrar exclamaciones como ésta: “¿Qué belleza puede compararse a la de una cantina en las primeras horas de la mañana?”. Para escribirla, el autor debe ser  alcohólico y el lector, para comprenderla en toda su dimensión, también debe ser alcohólico. Nadie que no sea alcohólico puede poseer la clave para penetrar este misterio.

Más adelante el Cónsul (Firmín) exclama confirmando su anterior pensamiento: “Bebe toda la mañana, bebe todo el día. ¡Esto es vivir!” No quiere tener contacto con el mundo que, siente, se derrumba y construye su propio mundo, que no es otro que la cantina en la cual se encuentra a gusto: “Aquí estaba a salvo: era éste el lugar que amaba: el refugio, el paraíso de su desesperación… ¡Ah, cómo echaría  de menos, por doquier que fuese, aquellos ardientes sorbos solitarios que tal vez eran los momentos más felices de su vida”.

Geoffrey Firmín, como todo alcohólico, tiene su coartada. En este caso es de dimensiones histórico- sociales. El hundimiento de la República Democrática  Española y la inmensa catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. (Decaimiento que es un puro pretexto   pues debería estar lleno de júbilo, como inglés, y por lo tanto perteneciente al bando central de los vencedores).
Otra coartada: el alcoholismo es un anestésico cultural. Hugo, otro personaje, se refiere a Geoffrey en estos términos: “De nada serviría  desintoxicarlo por uno o dos días. ¡Por Dios! Si nuestra civilización  tornara a la sobriedad por un par de días, al tercero moriría de remordimiento”.
Aun hay otra coartada y es su matrimonio fracasado con Ivonne Griffaton.


Y bajo la manga tiene otra coartada más para  justificar  su alcoholismo. Es su irremediable escepticismo ante el espectáculo que no se puede ser eternamente joven:  “Porque en menos de cuatro años que transcurrían con tal rapidez  que el cigarrillo fumado hoy parecía haberse fumado ayer, tendría treinta y tres; en siete más, cuarenta: y en cuarenta y siete, ochenta. Sesenta y siete años  parecía un plazo  cómodamente largo, pero entonces tendría cien”

Todo se desarrolla en un ritmo donde pareciera que el tiempo no existe, o al menos no importa, en la ciudad de Cuernavaca. El relato empieza el Día de Muertos de 1939, en el Hotel Casino de la Selva. M.  Laurelle y el doctor Vigil, otros alcohólicos de tiempo completo de la novela, se meten a una tenducha. Para entrar al segundo cuarto, que es en el que venden bebidas fuertes, hay que hacer a un lado una cortina mugrosa  que sirve de puerta.

En el más puro estilo puritano, el segundo cuarto es el submundo a donde va a parar sin remedio todo lo que se sale de armonía. Aquí no hay reconstrucción posible  como en el cristianismo ortodoxo. Aquí nada más existe el no retorno, como en la filosofía de Hegel.
La obra está plagada de estas metáforas de  luz y  sombra, lo alto y lo bajo.

En sus numerosas referencias al Popocatepetl, que observa desde el valle de Cuernavaca, Geoffrey se refiere a la cumbre blanca llena de luz pero también a la “barranca”. Siempre la barranca, la oscuridad, el submundo que no regresa porque nunca se ha ido y que envuelve su alma atormentada. La barranca que espera y lo envolverá con su manto pero, en tanto ese momento llegue, es necesario anestesiarse con alcohol.

En el lado oeste de la base del Popocatepetl está realmente la impresionante barranca de Nexpayantla, profunda y de varios kilómetros de extensión hasta terminar cerca del pueblo de San Pedro Nexapa. Siempre es salvajemente bella  y en ocasiones, cuando se cubre de nieve, el espectáculo es paradisíaco. Pero como está debajo, más allá de la base del volcán, Geoffrey lo imagina, en su locura puritana y alcohólica,  como el submundo al estilo de la gruta donde se mete Eneas después de la caída de Troya, que relata Virgilio. O la otra gruta que nos cuenta Dante, llena de diablos y monstruos malditos. Así es para Geoffrey la bella barranca de Nexpayantla. Escribe:
“Por la ventana, el Popocatepetl, se erguía con su inmensa falda…su cima cubría el cielo, y se alzaba sobre la cabeza del Cónsul, y directamente en su base estaba la barranca…Por algo los antiguos situaron el Tártaro bajo el monte Etna y en su interior al monstruo Tifeo con sus cien cabezas y sus ojos y sus voces temibles”.

Se dice que la novela Bajo el Volcán es una obra maestra de la narrativa del siglo veinte. Malcolm Lowry, el autor, nació en 1909, en New Brigton y murió en Inglaterra en 1957. Comenzó a escribir esta novela en 1934 y, luego de reescribirla en tres ocasiones, fue editada en 1947.  Lowry fue un  novelista conquistado por México, al estilo del alemán Bruno Traven. Pero también por el mezcal de Oaxaca.

Las postreras líneas de esta gran novela son para referirse, para que Geoffrey  siga refiriéndose, al mundo destruido sin remedio de su imaginación alcohólizada: “Alguien tiró tras él un perro muerto en la barranca”. ¡Otra vez la barranca! Y más adelante el jardín de una casa tenía un letrero: “¿Le gusta este jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”. Se trata de un loable deseo para otros, pero el mundo de él ya estaba destruido sin remedio.


 Lord Jim
 Joseph Conrad


                                                                         
     









































































El Pato Silvestre

Enrique Ibsen














































































































Un Enemigo del Pueblo

Enrique Ibsen
























































































































Peer Gynt

Enrique Ibsen
                                                                                     











































































































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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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