La construcción del pensamiento alpino y su práctica

Los Universitarios.  Periódico quincenal publicado por la Dirección Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México
Números 113 y 114
Febrero de 1978
“¿Por qué la antropofagia?” (se refiere al drama de Los Sobrevivientes de los Andes)
Autor del artículo: Armando Altamira Gallardo
Págs.28 y 29

Introducción al tema.

El pensamiento alpino lo traemos al nacer, pero hay que organizarlo. Como una pila nueva  recargable AA que acabamos de adquirir, es necesario recargarla para que funcione (es el viejo diálogo entre genetistas y pedagogos).

El sólo hecho de ver las montañas a lo lejos, que hacen el Valle de México, forma en nosotros el pensamiento alpino. Tal vez nunca lo necesitemos ni vayamos a las montañas, pero ahí está latente ese pensamiento. Como la presencia del mar prepara anímicamente  para ser marinero mucho antes del  primer viaje sobre las olas. O como la cercanía del desierto de arena  condiciona el espíritu de aventura de los trashumantes.

Los uruguayos sobrevivientes de los Andes no poseían ese pensamiento alpino, su país no es de montañas. Su inhibición ante las montañas es absolutamente congruente.

Las películas de los sobrevivientes de los Andes empezaron a exhibirse hace mucho tiempo y siguen apareciendo en las pantallas nuevas filmaciones del tema. O se escriben nuevos libros del mismo asunto.

 Los alpinistas tenemos así, frente a nuestros ojos, un tema altamente didáctico. Los que escriben esos libretos siguen ignorando el tema de fondo. El gran drama de los accidentados en los Andes no fue comer carne humana,  como ellos siempre creyeron, sino que carecían del pensamiento alpino.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

Hace tiempo escribimos sobre este asunto y al volver a leer el escrito  llegamos a la misma conclusión. Los que vivimos al pie de las montañas tenemos por ese solo hecho formado el pensamiento alpino. Pero no basta, hay que ejercitarlo. Sacarlo del nivel de las potencialidades y llevarlo al de las realidades. En una palabra, ir a caminar a las montañas. La población no tiene  que volverse alpinista pero si caminar al menos en la media montaña para conservar, o recuperar, la salud corporal.
Ojalá muchos pudieran leer la obra de H.D Thoreau. Se titula Pasear.
Es una poesía enérgica en favor del viejo arte de caminar y contra el sedentarismo. Fue una de las obras que, leídas en mi niñez, contribuyó a formar en mi ese pensamiento alpino. Faulkner, en una  novela, hace decir a uno de sus personajes: " ¿Por qué no usa sus piernas para caminar?"

A la vuelta de la historia los mexicanos nos encontramos en la misma situación que los uruguayos accidentados. Cuando escribimos estas líneas las autoridades del Sector Salud del país están diciendo, por los medios, que México acaba de arrebatarle a Estados Unidos el primer lugar de gordos y obesos en el mundo. Comemos muchas grasas, ingerimos muchas bebidas endulzadas y no hacemos ejercicio.

De manera latente hemos construido  el pensamiento alpino pero por alguna causa no vamos a caminar a las montañas. Esto es incongruente.Los Sobrevivientes de los Andes es una metáfora que nos está diciendo  algo muy importante: O nos sobreponemos al síndrome de la inmovilidad o…
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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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