SAN MIGUEL, LA ASCENSIÓN FANTÁSTICA

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Cerro San Miguel visto desde la parada "Ciudad Universitaria" del Sistema Colectivo Metro de la Ciudad de México (foto: Armando Altamira Areyán, 6 febrero 2,010)



Presentación

Esta es la montaña en la que los alpinistas de la Ciudad de México empezamos, y a la que regresamos después de haber andado por lejanas tierras.
Esta caminata es la que ha proporcionado salud física y mental a los humanos, más que todas  las farmacias de la gran ciudad.

Nosotros creeemos que la biología tiene un plan secreto para eliminarnos. Nos hace creer que con la ley del menor esfuerzo  nos protegemos acumulando energías para ocasiones especiales. Eso estaría bien para cuando eramos recolectores- cazadores. En la ciudad exageramos esa economía de esfuerzo y resulta al revés. Al sedentarismo pernicioso la medicina ahora le llama "patología de la inmovilidad".
Para los que empiezan este es el terreno perfecto para que desarrollen sus potencialidades como montañistas y como ciudadanos. Sol, agua, frío, calor, cansancio, alegría, plenitud del triunfo o desencanto de extraviarse y salir a cualquier pueblo subyacente de las proximidades.
Para los que creen que no puede haber supervivencia de la personalidad individual después de la muerte, más vale que cuiden su cuerpo, en el sentido más terapéutico posible, porque después de esta vida no habrá otra. Y subir siempre al San Miguel es la mejor manera.


Para los veteranos es la intención de entregar buenas cuentas a la auditoria biológica que la vida nos hace cada año, después de cumplir la edad del siglo azteca. Tenemos la curiosa idea que el individuo que sube, a pie, cuatro veces cada año a la capilla de San Miguel, llegará veinte años después al hospital que los sedentarios de la ciudad.

Para los que tienen fe en una vida después de esta vida, nos permitimos recordarles lo que escribió W. K. C. Guthrie (Los Filósofos Griegos, F. C. E. México, 1980, Pág.144): “No podemos comprender el alma si olvidamos el cuerpo mediante el cual se manifiesta”. Subir al San Miguel es pensar de manera positiva en ese cuerpo, vehiculo del alma.






En la foto Erendira Guadalupe Palomares y Joel Palomares Peña. Tomada por el autor el 3 de septiembre del año 2 008.
Las montañas de otros macizos alpinos, ubicadas en países y continentes lejanos, por extraordinarias que nos parezcan respecto de su belleza, supuesta inabordabilidad, fama, o historia, son como una entelequia. En el sentido que, por una razón o por otra, muchos jamás las conocerán personalmente. Al estilo de lo que sucede con las estrellas de cine o con los planetas de nuestro sistema solar.

En esa perspectiva, San Miguel es una montaña real, al alcance de todos los caminantes del bosque. Es, al estilo de una madre, la gran formadora de voluntades y resistencias físicas. Desde niños se le empieza a visitar conducidos por los padres montañistas, los guías alpinos o por los amigos audaces. Es el descubrimiento inolvidable  de los bosques fantásticos llenos de bruma, sol, viento, frío, tal vez nevadas,  lluvias y de mañanas y tardes luminosas y noches sorprendentemente estrelladas y frías. Esa visión jamás se olvida y se volverá a ella, agradecidos, aun encovados por la ancianidad.

   
El individuo que sube, a pie, cuatro veces cada año a la capilla de San Miguel, llegará veinte años después al hospital que las gentes sedentarias (foto: Armando Altamira Areyán 6 febrero 2010).


Este es el recorrido que practican, en solamente un día, decenas de montañistas, cada fin de semana, debido a su cercanía a la ciudad de México. Saliendo desde el  Primer Dínamo, en Contreras, sureste o de la Venta, norte  (carretera que va a Toluca) (Fig. 1), o de Santa Rosa Xochiac, en el este, es en verdad una ascensión tan bella como respetable en cuanto al esfuerzo que hay que desarrollar. 


 De la Venta o del ex convento del Santo Desierto, a la capilla de San Miguel, son 8 kilómetros y mil metros de desnivel si se sigue el Muro de la Excomunión (marcado en el plano como “Caballete”. Un poco más de 10 kilómetros si se prefiere la ruta de Agua de Leones (línea punteada). En realidad se trata de una caminata de 20 kilómetros pues su capilla se encuentra en lo alto de la Sierra de las Cruces, lejos de toda población para el regreso. Si se vuelve a La Venta  o al ex convento (noreste) o se desciende a los Dínamos y Contreras, es necesario caminar  aproximadamente otro tanto que en la subida.

 Desde niños subir
Armando Altamira Areyán, 12 de febrero 1977)

La ruta más directa y segura, en cuanto a no extraviarse, es siguiendo el Muro de la Excomunión (línea punteada). A sólo dos metros de la base de la barda corre el sendero, bien marcado. Es a partir de Cruz Blanca que el terreno adquiere su mayor inclinación. Hay aquí unos tramos prolongados en los que es necesario sudar para poder superarlos. El Muro parece terminar donde empieza la zona conocida como “El Caballete”,  en los 3,675 metros de altitud.

 Aquí es necesario caminar hacia la derecha (oeste) unos cien metros y ya se está situado propiamente en El Caballete. Se trata de una serie de lomos rocosos un tanto someros. Desde este lugar es de donde se mira, por primera vez, hacia el sur, la cumbre de la montaña San  Miguel y su capilla. Si bien, lo que sigue, es un descenso hasta el fondo de un puerto. Desde esta garganta se emprende el ascenso final, bien marcado por un sendero lleno de lajas rocosas.
Otros senderos suben un poco más a la derecha (línea interrumpida) por el lugar conocido como “Tarumba”.

En la ladera sur de El Caballete, frente a la cumbre de San Miguel, cerca del sendero, hay una cueva somera en la que pueden refugiarse unas cuatro personas en caso de mal tiempo.


 Anteriormente los montañistas acampábamos  en cualquier lugar de estas montañas y por el tiempo que quisiéramos. En la actualidad esto incomoda a los habitantes comuneros de los pueblos subyacentes. Los guardias forestales, que vigilan desde las cabañas de La Forestal, dicen que es necesario sacar, el permiso de acampar, en las oficinas del ex convento, pero la experiencia personal es que cada vez que lo hemos solicitado no ha sido autorizado.
Con una moderna planeación estos bosques podrían ser una fuente de buenos ingresos, para los pueblos, procedentes del turismo de montaña. Por   ahora eso está lejano. 

Desde hace algunos años en todas estas montañas, San Miguel incluido, se abrieron amplios caminos de terracería por lo que también son muy visitadas por los que practican el ciclismo de montaña.  
Por su extensión y altitud  subir caminando a San Miguel es una ascensión completa en sí. Y desde luego que sirve como    entrenamiento por excelencia para abordar posteriormente cualquier travesía en otras montañas.
Armando A.G. con la familia Palomares en el camino Convento-La Venta (sábado 6 de febrero de 2010).



El tiempo promedio de su ascensión, saliendo del ex convento, es de tres horas.
La Forestal está ubicada en los 3,125 m.s.n.m.  Por estas cabañas, casi centenarias, han pasado incontables grupos de montañistas que se dirigen a la capilla de San Miguel. Un poco antes de llegar, procedentes de la Venta o del  ex convento, se encuentra Cruz Blanca. La Forestal y Cruz Blanca, cien metros de distancia uno de otro, es un  sitio muy querido por la gente de montaña.
 Con sus 3,750 metros sobre el nivel del mar, la cumbre de San Miguel es uno de los lugares más altos del sector sur de la Sierra de las Cruces  (en el suroeste de la Cuenca de México).

La manera como se empieza la ascensión, saliendo del ex convento, es caminar un tramo por la carretera, asfaltada, que va a La Venta. Después de varias curvas se llega a una cabaña. Un poco adelante hay, en la margen izquierda, una angosta franja empedrada de unos 50-60 grados de inclinación por la que se sube hasta llegar directamente a Cruz Blanca, luego de superar dos “cajas” de agua.

La capilla de San Miguel fue construida por los frailes carmelitas que edificaron el convento llamado del “Santo Desierto de los Leones”. Este convento tenía un sistema de diez lugares exteriores de oración, o capillas, con distribución muy cercanas una de otra, en torno del monasterio. Sólo la de San Miguel era considerablemente la más lejana y alta hacia el suroeste.  El convento (se encuentra en los 2, 970 metros de altitud) quedó terminado en 1611. Construyeron los religiosos una barda de 13 kilómetros sobre barrancos y lugares abruptos que rodeaban al monasterio a manera de muralla. A esta barda (su sola construcción fue una verdadera epopeya), que  va desde el monasterio hasta El Caballete,  es a la que se conoce con el nombre de Muro de la excomunión. El que la brincara sin autorización quedaba excomulgado. En la actualidad aun se puede ver el trazo que sigue la dirección ex convento- capilla de San Miguel  y en algunos lugares se conservan  tramos de su construcción original. Empero,  se puede decir que el tiempo y las lluvias abundantes han acabado por destruir la portentosa obra. En muchos lugares los altos árboles al caer en su dirección la han pulverizado. O bien las raíces de los nuevos árboles se han desarrollado precisamente dentro de su barda con el resultado que al crecer la erosionaron irremisiblemente.

Muro de la excomunión (el que la brincara sin autorización quedaba excomulgado); foto tomada en el camino del Convento del Desierto de los Leónes a La Venta (Foto:Armando Altamira Areyán 6 febrero 2010)


Posterior a la construcción del convento, se construyó la capilla en la cima de la montaña San Miguel. A ella subían con frecuencia los frailes a hacer oración y penitencia. Los religiosos que radicaron en el convento eran miembros de la orden de los Carmelitas Descalzos, de la provincia de San Alberto. Vivían en un mundo de virtud, aislamiento, pobreza y silencio, dedicados a la oración. Durante cien años el convento estuvo en pie, pero sufrió serios deterioros. En 1711 un temblor lo dejó muy dañado por lo que en 1722 se resolvió demolerlo y edificar uno nuevo. La primera piedra del nuevo convento se puso a unos metros distantes al sur del antiguo. Ahí permanecieron los frailes hasta 1801 cuando decidieron trasladarse a Tenancingo, Estado de México. Desde ese año la capilla de San Miguel quedó sola de toda presencia religiosa. Su relativa conservación se debe a grupos de gente campesina que sube a ella en determinadas fechas. O a contingentes indígenas que no han abandonado jamás el ritual del dios del agua.

La capilla de San Miguel, en la cumbre de la montaña, fue levantada en el lugar en el que estuvo edificado un gran adoratorio a Tlaloc, dios de la lluvia, el granizo y los rayos. Su construcción, octagonal, descansa sobre la base cuadrada de la construcción original orientada según la concepción de la religión mesoamericana. Si bien, la puerta de la capilla ya no está orientada al  oeste sino hacia el norte. Tal vez sería mucha imaginación nuestra decir que esto corresponde a que San Miguel arcángel es el general de los ejércitos celestes del cristianismo  y Tezcatlipoca, el más grande de los dioses prehispánicos, era también una deidad de la guerra que se identificaba con la dirección geográfica del norte. Los lugares adyacentes cercanos de la base de la capilla  han sido muy excavados en busca de “tesoros”. Aun puede verse en la superficie mucha cerámica, de varios siglos, incluidos los de la colonia española y del México independiente, pero ya muy fragmentada.

Como mencionamos, Miguel es el general de los ejércitos celestes. Encargado de combatir al demonio y expulsarlo de los lugares en los que  se había establecido. En el siglo dieciséis los dioses de la religión mesoamericana fueron declarados demonios. El momento preciso en que se derribaron los grandes centros ceremoniales de la religión de Tezcatlipoca. Al nombre del lugar, como sucedió con el pueblo de Coatlinchan, cerca de Texcoco, se le antepuso el de San Miguel. En el caso que nos ocupa, propiamente de la montaña San Miguel, no se ha conservado su nombre original. Esta primera ascensión entró al alpinismo actual en una fecha perdida del paleomontañismo mexicano, si bien no como práctica deportiva sino religiosa.


La construcción moderna que se aprecia en la parte superior de la capilla (en realidad está en la parte posterior) es un mirador de los guardabosques y también sirve para efectuar observaciones meteorológicas. Por ahora el transporte público, para llegar al ex convento, está como sigue.
De San Ángel salen cada hora, frente al ex convento de San Jacinto. Otros autobuses tienen su Terminal en el “metro” Viveros, de la línea 3.

Hay otra alternativa que es llegar, desde San Ángel, también abordando el trasporte en San Jacinto, al pueblo de Santa Rosa Xichiac. Del emplazamiento actual de la terminal se empieza  a caminar hacia el oeste a través de las últimas calles de la población que comunica con el bosque, más adelante, como un kilómetro, se cruza un arroyo y luego de una ligera ascensión se llega al ex convento. En total  será como  una hora. Esta es también la ruta de retirada cuando, en el descenso o regreso de San Miguel, no se alcanza el último camión ex convento –San Ángel que, por ahora, es hacia las 5 de la tarde.
Para llegar al Desierto de los Leones, por el pueblo de La Venta, se aborda en México el autobús que va a Toluca. Sale de la Terminal Observatorio del “metro”  línea 1.

La vertiente norte-oeste que hemos descrito también se ha llenado de inseguridad para los montañistas. Para los bosques, de esta parte de la montaña, es muy esporádica la presencia policíaca.

 Y el ascenso, o descenso, por el lado de Contreras, difícil imaginar una cañada tan bella como esta que, durante unos diez  kilómteros, sube más de  mil metros de desnivel a partir de la Magdalena Mixuca.Una carretera en su lado sur que corre entre bellos bosques y en el fondo un río de aguas perennes.En el borde norte de la cañada  paredes de roca, también de varios kilómetros de extensión, con un promedio de cien metros de elevación donde, desde muchos años,  los escaladores hemos trazado nuevas rutas. Y otros sigue haciendolo. Hay terreno vertical nuevo para explorar al menos para dos siglos más.

Es un lugar ideal, pero real, para corredores,ciclistas, caminantes y cientos de paseantes.Es una cañada con un potencial inimaginable en muchos sentidos. Con una inteligente planeación esa cañada sería un emporio turistico de resonancias hasta internacionales.

OJO
Pero también es un lugar degradado por la delincuencia y la casi ausencia de vigilancia policiaca. Tiene ya muchos años  que esa cañada se ha convertido en nido de rufianes.Asaltan y violan  a los turistas que se aventuran siguiendo las aguas de su río. Ya muy arriba, en el sector de la montaña Palmas, se han dado esta clase de asaltos así como en las cotas inferiores. En el Primer Dinamo suele permanecer una camioneta de la policía. Pero la gente no se siente con confianza para acercarse a pedir ayuda. Las autoridades de esta delegación política del Distrito Federal no han buscado la fórmula nueva para que la gente tenga confianza en su policía.

El 5 de marzo del 2012 salió publicada esta nota en el diado El Universal. Se trata de un asalto a montañistas en la Iztaccihuatl. En esta caso, como en el del Nevado de Toluca, las autoridades castigan a los montañistas impidiéndoles  el acceso a esos lugares, en lugar de buscar y sancionar a los delincuentes.

TLALMANALCO, Méx., marzo 5 (EL UNIVERSAL).- La zona boscosa de San Rafael, en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, es muy peligrosa para montañistas que visitan el lugar ya que operan bandas de delincuentes que fuertemente armados los asaltan y violan a las mujeres, advirtieron los propios excursionistas.

Según las propias autoridades municipales, se presentan hasta ocho atracos al mes en contra de deportistas extremos que acuden a este lugar, sobre todo los fines de semana, porque no hay vigilancia de ninguna de las corporaciones municipales, estatales y federales, ni de los ejidatarios que controlan el parque.

Juan Carlos Durán Gutiérrez, director de Protección Civil de Tlalmanalco, reconoció que cada fin de semana se registra un robo en diferentes parajes del ejido, pero hay ocasiones que son hasta dos, principalmente en “Las Trancas”, el más alejado de la caseta de vigilancia del área que administran ejidatarios que cobran una cuota a los visitantes.

El domingo 26 de febrero, 60 personas que acampaban y comían en el paraje “Nexcoalanco”, fueron asaltadas por 25 hombres armados y encapuchados que golpearon y causaron heridas a más de 20, incluyendo a un niño de ocho años y abusaron de tres mujeres.

Los ladrones, vestidos con ropa camufleada, cubiertos de la cara con pasamontañas, salieron de entre los matorrales armados con rifles, escopetas, pistolas y machetes para rodear primero a un grupo de aproximadamente 40 personas que acampaban y comían.

Luego sometieron a otras más que venían bajando, amarrándolas a todas, hasta sumar más de 60, incluyendo niños y mujeres.

Los encapuchados hicieron disparos al aire y a casi todos los hombres les pegaron con machetes y pistolas, causándoles lesiones a por lo menos a 20 en cara, cuerpo y cabeza, entre ellos Fernando, de ocho años, a quien le pegaron en la espalda.

A Alejandro, de 27 años, le fracturaron la nariz con la cacha y a Salvador lo hirieron de una pierna con una pistola de diábolos.

Un perro bóxer que acompañaba a campistas de Cuautitlán fue baleado en el cuello con una escopeta.

“Entregamos celulares, carteras, dinero, relojes, cámaras, equipo de montaña y luego nos quitaron los zapatos que aventaron a una camioneta Chevrolet para luego amarrarnos de pies y manos con las agujetas”, recordaron.

La misma suerte corrió un profesor y 11 alumnos de la primaria Juan Jacobo Rousseau, del Distrito Federal, que acampaban en la zona.

El jueves pasado, el ayuntamiento clausuró el parque ecoturismo “Dos Aguas” por carecer de licencia de funcionamiento y por falta de medidas de seguridad para protección de los paseantes.

El lugar se mantendrá cerrado, hasta que la empresa no regularice su situación administrativa ante el gobierno local y tome medidas internas para garantizar la seguridad de quienes semanalmente visitan el sitio.

En los círculos montañistas están encendidas las luces rojas alertando del peligro en esta cañada. Y  recomiendan abstenerse de frecuentarla entre semana.Cuando más, los domingos y en grupos numerosos.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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